lunes, 17 de septiembre de 2007

Macbeth - 24 (2)

¿Cuál es otro de los aportes de 24 a través de la vena Macbética? La idea de la maquinaria criminal. El poder es siempre una maquinaria regida por las leyes del crimen y no por una difusa idea de la legalidad imperante. Quiero decir que hasta hace algún tiempo todavía se aplicaba en el mundo de la ficción una visión por la cual hasta la guerra fría había un mundo dividido entre democracia y autoritarismo. Autoritarismo comunista, autoritarismo tercermundista y democracia estadounidense y europea occidental. Esta división no implicaba solo a amigos y enemigos sino también una idea de ley y crimen. Lo que estaba del lado político de las democracias occidentales estaba legitimado y lo que actuaba por fuera criminalizado. Desde antes de la caída del muro de Berlín en el 89 ya estos presupuesto empezaban a alterarse. Durante parte de los 70 y 80 EEUU se veía involucrado en oscuras sociedades con dictaduras latinoamericanas y no menos oscuros personajes en otras latitudes que ayudaban a todo aquel que fuera identificado como un combatiente para la libertad. Uno de los picos de estas amistades peligrosas siempre estuvo relacionado con un hombre como Pinochet siempre encubierto por el paraguas americano y luego también entraron en el paquete gente como Bin Laden o Saddam, antiguos socios cuando había que combatir a los soviéticos o a los iraníes y ahora señalados como los grandes directores de orquesta del nuevo eje del mal.
El 11-S fue una fecha clave en este cambio de miradas, porque más allá de que se identificara un enemigo externo al que destruir y contra el que aglutinarse, aparecía un comportamiento superficialmente errático de las autoridades de EEUU en el plano internacional y también doméstico. Esta antigua imagen de que los EEUU defendían ciertos principios democráticos, legales y universales quedaba empañada por una realidad que mostraba que en lugar de principio hay conveniencias y esas conveniencias no son mejores ni peores que otras aunque aún prevalezca la idea de que nuestros enemigos son aún más peligrosos que nosotros mismos.
Pensar en los cambios políticos no es ni más ni menos que un prólogo para pensar en los cambios de la ficción y pensar también que la maquinaria de la ficción americana tiene un signo demócrata puesto por delante y cada vez más enfrentado con lo republicano.
Pero volvamos a esta idea de que poder y crimen no son dos cosas distintas sino una misma. O que el crimen es intrínseco a la movilidad, pulso y respiración del poder. Repasando estos días la tercera temporada de 24 vemos cómo todas las acciones están siempre sobrepasando los límites de la legalidad aceptable. El Presidente Palmer por defender a su hermano frente a un antiguo socio que le ayudó a ganar las elecciones, decide embarrar el panorama y jugar sucio. Llama a su ex mujer que termina matando por omisión a este antiguo socio, el presidente la encubre, ella denuncia al presidente ante el otro candidato, el hermano del presidente se mete en la casa de la ex mujer para encontrar la prueba con que ella podría acusarlo y así una capa de crímenes iba cubriendo y salpicando la otra.
Esto se origina con el primer pecado que es el hermano del presidente acostándose con la esposa del antiguo socio. Con esto se marca que las relaciones afectivas o sexuales o de odio, o cualquiera sea su naturaleza que se fraguan en el medio del poder o en sus suburbios están infectadas. Desatan venganzas y las venganzas no reconocen legalidad alguna, lo mismo que las revanchas. Todo transcurre por fuera y sucede en medio de grandes riesgos. Todo se politiza y se enferma. Y no es diferente en el campo de batalla en el que se combate contra los terroristas. Jack Bauer se convierte en un drogadicto, él y dos compañeros más actúan al margen de su organización y de la venia presidencial. Más adelante el Presidente también da la venia para una liberación de un preso al precio de un motín y varios muertos. Y el pico de esto es cuando el terrorista pide la muerte de un agente, Chapelle, y Jack Bauer lo ejecuta también cumpliendo órdenes presidenciales.
Esto tiene una doble lectura, siempre ambigua en la cual actuar al margen de la ley y de manera conscientemente criminal es una necesidad operativa y por otra es una crítica. Hasta dónde se justifica y hasta dónde se critica es algo que decide el ojo del espectador.
Hasta el momento lo que importa saber es que en esta serie más que nunca presenciamos el absoluto imperio de la necesidad, donde todo lo que ocurre está determinado para evitar un mal mayor aunque muchas veces también está regido por intereses mezquinos. La serie instala un punto de vista que permite diferenciar claramente estas opciones, pero a sabiendas de que la maquinaria de ficción tiene que hacerse cargo de un comportamiento criminal y censurable de sus personajes. Volvemos con esto a la presencia de la hybris como la gasolina del motor de la ficción.
Filosóficamente la serie se acerca a Maquiavelo, cuando todo su pensamiento ha sido sistemáticamente repudiado por las autodenominadas buenas conciencias que hoy dicen dirigir el mundo. La realidad y la ficción, como respuesta, indican que el material con el que trabajan es descarnado y no puede recuperar su inocencia.
Esto se ve en el final de Expedientes X y en el decurso de 24. Ambas de la Fox. X Files en su trama paralela desarrolló la idea de que el enemigo está inervado en las fuerzas públicas, sobre todo en una tensión entre el poder militar y el poder policial representado por el FBI. En todo el transcurso de la serie apenas se rozó la existencia del poder político representativo. Se sabe que Mulder es respaldado por el senador Matheson y poco más. Luego existe esta corporación que en las sombras representan a todas las fuerzas ocultas gubernamentales capaces de hacer aparecer y desaparecer todo lo que quieren para proteger sus intereses. Aún cuando esta corporación es exterminada por los alienígenas en un capítulo, sus intereses sobreviven en el proyecto de crear un supersoldado casi inmortal y capaz de llevar a cabo todas las tareas que el poder necesita. En medio de esa situación Mulder pasa a la clandestinidad y a una actividad casi terrorista. En el capítulo final esto se ve cuando el poder fragua un proceso también clandestino contra Mulder. Él consigue escapar junto a Scully sin saber qué será de su vida y del hijo que han tenido juntos y que termina en las manos de una buena familia que lo podrá criar.
El tema es que hay una escena que ha quedado fuera de montaje, en la cual uno de los alienígenas va a saludar al Presidente Bush y decirle que sus planes siguen adelante.
Esto ocurre muy poco después del 11-S y lo que queda claro es que el enemigo y la cabeza visible del gobierno de EEUU trabajan en connivencia.
Superpuesta a esta historia transcurre la primera temporada de 24, que se estrena después de los atentados y seguramente filmada antes y durante. La Fox como productora de la serie pasa de la metáfora de la realidad a una representación de la realidad. Hipotetiza, claro, avanza opciones. Hipótesis política un año acelerada frente al presente, tocándose nariz a nariz con el presente pero siempre por delante. No han habido bombas nucleares, ataques bioterroristas, ni ninguno de los desastres que ya parecen haber vivido los EEUU. Claro que en la realidad se vivieron la caída de las torres y la paranoia del ántrax, pero la serie va más adelante. En ese sentido, se carga de ciencia ficción porque juega a la premonición y podría ser una maquinaria que adelanta. Terroristas posibles, conflictos creíbles y un comportamiento del mundo político que no resulta distante.
Ciencia ficción por un lado.
Novela negra por el otro. La tensión entre legalidad y justicia de la que habla Piglia, donde una cosa y la otra tienen poco que ver. La misma tensión de la que hablaba Chandler cuando decía que un alcalde podía poseer un almacén de sustancias ilegales y tener un ejército de hombres para protegerlo y así chantajear y asegurar votos. Como él decía es el mundo en el que usted vive. En el que todos vivimos.
La lente que nos ayuda a mirar sobre la realidad para poder ficcionalizarla es una lente de una precisión enorme que nos permite ver Abu Ghraib y luego narrar los suburbios de esos videos cutres pero cargados con las tensiones y las contradicciones del presente.
Las lentes con las que operamos son cada vez más avanzadas y nuestras ficciones no pueden menos que estar contagiadas de esta nueva mirada. Como lo pudo haber sido un Shakespeare mirando a través del ojo de pez con el que Vermeer copiaba sus modelos enfermos de hiperrealidad. Frente a nuestras lentes de hoy, ese cristal de ojo de pez pertenece a la prehistoria, pero nos ayuda a entender por qué las ficciones de Shakespeare ambientadas en espacios cortesanos eran más precisas y delicadas que las historias narradas por los griegos, que carecían de ellas o como Homero eran ciegos. Lo que hoy se empieza a narrar va en concomitancia con el presente que nos toca y una de las grandezas de 24 es hiperrealizar algo que estaba presente en Shakespeare, en Maquiavelo y en las páginas de los periódicos. De ello nos alimentamos hoy.

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