martes, 4 de agosto de 2009

Paradojas


No sé cómo encajar el paisaje de Coppola. Quisiera que me hubiera gustado Tetro, pero es un acto de voluntad en el que fallé. Quería ver Buenos Aires a través de los ojos de Coppola y yo creo que con un poco de esmero la podría haber reconstruido en Cinecittá. Una esquina, un callejón, una casa, un café, un teatrito, una mansión, un cementerio, ¡¡¡un glaciar!!!
No quiero parecer un snob que quiere que su país se vea bonito en las postales de la cinefilia mundial. Puedo serlo, pero no quiero siquiera parecerlo. A mí me hace falta la vibración de una ciudad. Si elijo una ciudad, tiene que atravesar algo más, o me tiene que dar algo más que un presupuesto más bajo para filmar. Y creo que pienso en Baires como decorado porque la historia no me hizo obviarlo.
Los dramas familiares tienen algo de peligroso cuando no se elevan a la altura adecuada.
Definamos altura: un punto en el que se establece una historia y que al mismo tiempo me puede conferir vértigo; sensación de estar envuelto en un tornado como el de El Mago de Oz porque no llegué a tiempo al refugio, como Dorothy. Coppola me dejó entrar, salir, guardar fotos en una valija, tomarme unos mates, hacer la cama y volver a entrar todas las veces que quise. Primero porque lo mostraba desde fuera. Segundo porque no había dado nada nuevo. Y hasta lo que podía ser "nuevo", terminaba siendo ñoño, antidramático y poco interesante.
Voy un poco más lejos: la pistola de Chéjov es ese elemento que tiene que estallar en el tercer acto. Aquí tenemos una pistola y un hacha. La pistola sale y entra de un cajón, y no la volvés a ver más. El hacha (que puede ser resultado de la metamorfosis simbólica de la pistola, por decir algo) aparece en el tercer acto, se blande y no rompe nada. Cuando Vincent Gallo llega a la mansión en la que podrían premiar su talento, viene de espaldas a la cámara, hacha en mano, que podría ser cuanto menos un remedo de Viernes 13, pero no. El hacha al igual que la pistola vuelven al arcón de la utilería sin haber cobrado su cuota de sangre. No es que lo esperara y mucho menos que lo necesitara, pero ¿por qué sacar las armas a pasear? ¿Subvencionan por eso?
Luego está el tema del talento.
No voy a entender nunca, jamás, por qué cuando se pone un personaje que es un escritor, éste es siempre el mejor escritor, el más talentoso, y que por algo de su vida se le "rompió la mano". Este escritor tiene una obra en ciernes que es una obra maestra. Nadie puede imaginarse lo contrario, entonces por convención entendemos que podemos participar de un momento cumbre de la literatura o cualquier arte que le emparde. Cuando la obra toma forma nos encontramos con que es una estupidez impresionante, sobrevalorada, ampulosa y engolada. Figuras que todo lo exageran y no sé por qué se entiende que tenemos que aceptar su incalculable valor cultural.
Todo lo que rodea a la obra de Tetro, es idiota. Tetro es también un poco idiota. Estaría justificado, pero las justificaciones no hacen a la gente menos idiota, ya que se pasan más tiempo comportándose estúpidamente sólo porque esperan el momento de gracia para iluminar todo lo que hemos visto. Y no hemos visto nada significativo.
Después, Buenos Aires son muchos lugares comunes. ¿Hay un esnobismo del subdesarrollo? Por supuesto. Un tango, La Boca, el puerto, el Tortoni, hasta la radio La Colifata. Todo tiene una forma de turismo imbancable y de caricatura de lo argentino. No esperaba que fuera una loa, pero el camino al infierno además de estar empedrado por buenas intenciones, está salpicado de postales para turistas que rozan la subnormalidad. Y esto ocurre muchas veces en Tetro. ¿Por qué un Festival de la Patagonia perdido en el fin del mundo? ¿Para mostrar el Glaciar Perito Moreno?
La verdad es que hincha un poco las pelotas.
Yo creo que hay una escena que a mí me define todo lo que da y se puede esperar de la película: Tetro, artista renegado, hace las luces de un teatrito de dos por cuatro encajado en un café. Mike Amigorena hace de un actor-autor, rico, muy amariconado, Isidorito Cañones fugado del armario, y cuando monta su obra "Fausta" interpretando una diablesa, Tetro le empieza a romper la obra y las pelotas y Amigorena se calienta y se reputean delante de todo el público. Durante el tiempo que duró este momento de supuesta tensión, me dije: "bueno, ahora llega el momento en que Amigorena le hace un chiste a Tetro y descubrimos que todo lo que pasó es una joda y se abrazan, y todos felices". No pasó.
Hagan la prueba de diseccionar la escena. No hay tensión, no hay un momento en el que no sepas que está todo controlado, y no hay nada peor que esté todo controlado cuando supuestamente estés en medio de una situación de descontrol provocada por el protagonista. Eso normalmente, sea en comedia o drama, compromete nuestra percepción del momento y si alcanza un punto verdadero, sentimos la vergüenza ajena de cualquier espectador, el peligro. Y no pasa.
Tetro está afectada de esa falta de tensión y está repleta de situaciones de falsa tensión.
La telenovela/culebrón en general abusa de las situaciones de falsa tensión. Es código del género en cuanto a su aspecto más común y cotidiano. Cuando dentro del género la falsa tensión se convierte en tensión verdadera y no empujada, se agradece y encontramos un gran momento. Pero en el culebrón de Tetro las tensiones se disuelven por momentos más discursivos. Por cosas más mostradas, o expuestas, que vivas.
Una presencia secundaria es la música sinfónica, la danza, que resuena con fragmentos de Los cuentos de Hoffmann de Michael Powell, y con una recreación de la historia de Tetro con el estilo Powelliano. Allí tampoco se llega a la belleza y buen patetismo que uno pudo ver en aquellas películas viejas. Aquí no sucede. No emite vibraciones.
Vuelvo a esta imposibilidad de recomponer el paisaje de Coppola. Pienso también en que el genio no implica que no puedas fallar y caer una y otra vez, y que cada vez que te levantás no logres que la cabeza también se yerga. La tentación experimental de Tetro no alcanza ni por lejos la estatura experimental, o el talante independiente. Algo está perdido en Coppola y lo que queda es el nombre y un recuerdo, como un amor de juventud que persiste pero que no se repite como uno querría ni madura como debería.
Coppola también es un poco Woody Allen o Almodóvar, donde los buenos actores que le admiran harían lo imposible por impregnar un fotograma. Pasa todo el tiempo.
Cuando un director convierte sus proyectos en un arca para transportar snobs, no tiene las cartas para ganar y entonces tiene que mentir más que nunca. Me pregunto por qué la hija de Moria Casán (vedette argentina que andará por los sesenta años) forma parte de un elenco en un papel en el que miles de actrices hubieran dado mucho más. Me pregunto cuánto le importará a una Susana Giménez (otra ex vedette, actriz y presentadora) por el solo hecho de salir en la película de Coppola, aparecer pavoneando su quasimódica operación de cara, que le acerca irremisiblemente más al hombre elefante que a la belleza que alguna vez fue. Me pregunto por Maribel Verdú a la que nos venden como gran descubrimiento de Coppola cuando no es más la contrapartida española, junto con la Maura, de la pata financiera de Gerardo Herrero. Y ojo que no la considero mala actriz ni que actúe mal, pero aquí no se luce nada.
No soy inocente. El cine funciona de esta manera la mayoría de las veces. Pero cuando existe esa minoría de veces en las que ocurre algo único, se agradece, y lo que se recibe, llega viciado por un intercambio de favores.
Es cierto que nadie está exento de este tráfico abusivo de relaciones públicas, pero el arte es también que si eso ocurre, porque tiene que ocurrir, no te joda una película. No digo que esta sea la situación que afecta a Tetro en particular, pero de la misma manera que la ciudad mal contada pasa a un primer plano por causa de una historia poco intensa, lo mismo sucede con todo lo demás. Lo accesorio se impone a lo que debería estar mordiéndonos los ojos.
Y a pesar de todo, aún cuando nada en Tetro me arrebata o me sacude, hay un par de momentos en los cuales mi racionalidad se reduce a cero. Momentos que sin llegar a provocarme de verdad, aparecen como por descuido, y me conmueven.