domingo, 7 de febrero de 2010

Quiero creer


Hace tiempo que me debía escribir sobre Lost. Primero porque todo lo que es un boom merece ser mirado y porque para formarse una opinión hay que saber de qué se habla. A mí me hablaron de Lost cuando salía en la 2 y agrupaba un paquete de capítulos. La primera temporada se terminó de emitir en poco tiempo y luego la repitieron. Las dos veces la vi por capítulos sueltos, intenté seguirla, y me quedé literalmente a la deriva. La nueva oportunidad me la ofreció una amiga que me grabó ocho capítulos en un DVD y allí, con la continuidad, pude hacerme una idea mejor sobre la serie. Y sólo pude disfrutarla cuando me vi de un tirón las primeras cuatro temporadas.
Mientras yo todavía estaba fuera de la serie, leía en Internet y en los periódicos gratuitos del metro, las infinitas teorías que circulaban sobre la serie. De todas sólo una me llamó un poco más la atención, que fue la de que posiblemente todos estuvieran muertos o en coma. Y me llamó la atención porque este argumento conectaba con la novela de Philip K. Dick "Ojo en el cielo". Allí un grupo de personas visita un edificio en el que había un reactor nuclear y la máquina explota. Luego de la explosión todos se levantan y vuelven a sus vidas para descubrir que el mundo en que habitan ya no es el que conocían, que suceden cosas extrañas en él. El protagonista es el que va develando que están atrapados en el mundo/sueño/ideología de uno de los afectados por la explosión y que sólo se liberan de ese mundo cuando éste muere y pasan a ser absorbidos por el mundo de otro y así hasta el final de la novela.
Teniendo en cuenta que Dick ofreció muchos de los mejores argumentos de la ciencia ficción, muchos adaptados al cine y otros argumentos aún mejores que todavía ni siquiera el cine se atrevió a abordar, me gustó que una serie lo intentara. Pero no tenía, ni tengo, para nada claro que eso sea lo que se encuentra por detrás de Lost. Lo que sí tengo claro es que la serie es una maquinaria lo suficientemente ecléctica como para provocar infinidad de lecturas y tener a millones de personas en vilo tratando de saber lo que hay detrás de todo lo que le ocurre a los personajes.
Por empezar, quien quiere saber qué hay detrás de algo busca una respuesta y una explicación que sustente esa respuesta. Se busca un sustento racional para un caos que es el propio argumento, que apela al misterio y en muchos casos al impulso místico. El que mira, el fan tipo de la tribu Lost busca denodadamente pistas que resuelvan la intriga que excita su cerebro día a día, a la espera del momento de la revelación en el que todas las dudas deberían de quedar saldadas.
Me doy cuenta que el fenómeno Lost es más que su propia historia, sus episodios, sus tramas y sus personajes. Que parte del folklore de la serie son sus fans trajinando en la búsqueda de un sentido.
Cuando estaba en tercer año del secundario, leímos el cuento "El Sur" de Borges. Teníamos quince años y recibíamos de nuestra profesora las explicaciones e interpretaciones que había sobre el cuento y su simbología. Pero también fue ella misma la que en un momento nos dijo que los estudiantes de literatura buscaban señales y explicaciones todo el tiempo, como tratando de encontrar algo que diera un nuevo sentido o un sentido más profundo al cuento. Así ella misma y una compañera se encuentran con Borges un día en la calle y lo abordan para hacerle la pregunta que tenía en vilo a muchos de los que investigaban sus obras. "¿Qué significa el gato negro que está en la ventana del bar en el que está Juan Dahlmann?". Ante lo cual Borges contestó: "¿Qué gato?"
Importa poco si esa respuesta era una broma de Borges, pero si lo era indicaba que el exceso interpretativo no lleva necesariamente a ninguna parte ni tampoco tiene por qué ayudar a entender mejor las cosas.
Flannery O'Connor, una excelente escritora de cuentos americana, originaria del sur y católica, contó una anécdota sobre un cuento suyo, "La vida que salves puede ser la tuya", en la que un típico estafador logra que una madre le entregue su hija retrasada creyendo que él se casará con ella y le da también su coche. En la primera ocasión, el estafador deja a la hija en el camino y se lleva el coche. Y ahí se termina el cuento. O'Connor dice que su tía al leer ese cuento le pareció que estaba mal, porque estaba incompleto. No se sabía que pasaba después con el timador ni con la chica.
El lector popular y el espectador popular tienen la ambición de redondear las propuestas. Les resulta desolador participar de argumentos abiertos donde quedan preguntas sin responder.
Depende ya de cierta moralidad del autor las opciones que tome. Por moralidad entiendo una serie de decisiones que toma a la hora de narrar. Propósitos e intenciones.
En estos tiempos que vivimos el post del post del post de la posmodernidad, sabemos de la influencia que ejercen los argumentos en el público y sabemos que éste es muy permeable a las citas y a las referencias. Que si se apela a algún misterio, a algo incompleto, la imaginación tratará de colocarlo en un correlato tranquilizador. Digamos que toda propuesta caótica nos sume en la sensación de entropía, y que sólo una reacción de nuestra parte puede frenarla y encontrar un equilibrio provisional frente a tanto estímulo inquietante.
De ahí las miles de interpretaciones. Pero, ¿cuántas han sido plantadas adrede? El desarrollo de un argumento en el tiempo nos pone a todos en el lugar de que existe un crimen y hay que encontrar un asesino. Todas las historias de intriga nos proponen esto. Hitchcock lo sabía perfectamente y por eso buscaba engañar al público. Darle pistas falsas para que se distrajera con ellas, mientras la trama avanzaba y preparaba la sorpresa del final. Lo inesperado. Un mecanismo típicamente ficcional, de jugar con trampa.
Gran cantidad de historias son herederas de esta forma de narrar. De narrar con trucos. El autor manipula los elementos y lleva al público por derroteros infinitos. Lo distrae y lo hace perderse, pero nunca tanto como para que se desenganche del relato.
Las malas ficciones, sobre todo las de TV, apelan a estos trucos en lo superficial y muy pocas veces lo aplican a la trama. El héroe o la heroína están a punto de ser descubiertos o asesinados y un deus ex machina maravilloso viene a sacarlos de los problemas. Los inconvenientes de los narradores aparecen cuando se recuestan más en los deus ex machina que en los recursos de trama. Está claro que una utilización artística de un deus ex machina es plenamente aceptable, pero hay que tener mucha mano para que no se lo perciba como tal.
Lost en este sentido se ha propuesto no ser nada inhibido en la utilización de trucos de tensión dramática. Propone todo el tiempo situaciones que no se pueden explicar con lo que se ve, con lo cual la explicación tiene que estar en otro lado. En Lost poquísimas cosas ocurren directamente, y la gran mayoría son de fuentes indirectas. Abren y abren posibilidades y tramas y ninguna tiene visos de ser cerrada. Eso, al fan tipo, lo excita de una manera impensable. Lo somete a seis años de tortura mental y espiritual porque se entrega a la propuesta y nadie le explica nada de lo que pasa. Se gratifica, sí, con las tramas y la tensión y la acción. Pero no hay respuestas.
Otro escritor católico Gilbert Keith Chesterton, en uno de los cuentos de la colección "El Candor del Padre Brown", que se llama "Los pecados del Príncipe Saradine" y transcurre en un islote misterioso (ninguna referencia, por favor), nos presenta un momento en que el Príncipe le pregunta al Padre Brown:
"¿Cree usted en la perdición?"
"No, yo creo en el Juicio Final"
"¿Qué quiere decir?"
"Quiero decir que aquí vivimos en el revés del tapiz. Que lo que aquí acontece, no tiene ninguna significación; pero que después, en otra parte, todo cobra sentido. Que en alguna otra parte el culpable tendrá su merecido aunque aquí la justicia parezca equivocarse y caer sobre el inocente"
Chesterton plantea algo que es muy claro para el creyente, o para el que quiere creer: en este mundo no hay recompensa ni respuestas para el virtuoso, pero las hay en otro mundo que da sentido a lo que aquí parece una locura.
Este impulso mueve a las personas. Y así y todo, esta ansiedad de saber no queda saciada. Al fan tipo de Lost no le alcanza con las peripecias de los personajes, necesita saber el fin último de sus acciones. Le cuesta aceptar que lo que sucede es antes que nada una aventura y como tal una ficción. Necesita que tenga un sentido final que trascienda los marcos de la serie.
Esta práctica se llama teleología, arranca desde Aristóteles y busca la causa última de las cosas. Aristóteles luego de todo su periplo explicativo desembocaba en que esta causa última era Dios.
Pero, ¿qué pasa cuando la necesidad de creer es más importante que el objeto o sujeto en el cual creer? Cuando Fox Mulder declara a través de su poster que quiere creer, pide por una explicación para las sinrazón de las cosas que le rodean. En él se manifiestan en saber si su hermana fue abducida, por quién, por qué y dónde está. Esa necesidad de forjarse una fe, lo lleva a la decepción una y otra vez, al autoengaño, a la fragilidad. En ese sentido Mulder está hermanado, filosóficamente, con los fans de Lost porque busca una explicación y una justificación a su fe en algo que no está visible. Curiosamente, los personajes de Lost no actúan con este propósito. No buscan una explicación. Aceptan el misterio como parte de su existencia y de sus circunstancias. Son artífices de las peripecias y se hunden en ellas viajando en el tiempo y el espacio tratando de reencauzar sus vidas.
Los que escriben Lost son hasta cierto punto plenamente conscientes del juego que juegan. Saben que tienden hilos que en el público cautivo de la serie impactan de manera activa. Todos se convierten en exégetas que quieren descifrar la letra oculta. No me sorprendería, porque lo creo fácticamente probable, que un grupo de personas altamente especializadas en literatura, filosofía, religión y mitología en general, fueran consultores de la serie y aportaran ideas para el devenir de la misma. La cultura globalizada e interconectada en la que vivimos hoy nos permite trabajar sobre un universo de referencias, ya que esas líneas de interpretación y de sentido están presentes en nuestra vida cotidiana. Alguien se ocupa de recogerlas y resignificarlas, de darles una forma o una intervención en la trama que provoquen en el público ávido de algo en que creer, una inyección de droga con la cual querer más y más. La fe para algunos, en algún sentido, es mucho más que la existencia de un dios o una razón; es la fuerza vital para subsistir en un mundo en el que todas las respuestas se vuelven constantemente provisionales e insatisfactorias. Como yo soy ateo, no creo que esta última temporada de Lost pueda calmar las ansias desatadas en sus fans, acuñadas durante cinco laboriosos años. Creo que buscarán una puerta de salida pero difícilmente esté a la altura de la recompensa que el público espera. No estará falta de fuerza, creo, espero, pero no podrá colmar las expectativas. ¿Es eso malo? No lo sé. Es parte de un gran juego de entusiasmos y decepciones. Como en la vida misma. Como en los afectos, y los proyectos, y en la idea de lo que el futuro nos depara en la realidad. La ficción necesita de la fe. De esa suspensión de la incredulidad que permite que el juego se prolongue en el tiempo. De la mentira consentida. Como en las campañas políticas, se compra un candidato que transformará nuestras vidas, y se deposita en él la fe. En cuatro años las decepciones se suman y acumulan. Pero existe un rincón en la mente y en el alma que espera un último acto de reparación y decencia, que ilumine con otra luz lo que queda detrás, aunque más no sea volver a votar y repetir el ciclo de ilusiones y desasosiegos. Para acceder a ese Juicio Final que ponga en orden lo que está invertido. Y esa meta es como el sol en el horizonte. Siempre se lo ve, parece al alcance de la mano, pero nunca se lo alcanza.