martes, 28 de diciembre de 2010

Repeticiones

Stephen King en La tormenta del siglo (Storm of the Century) expresa que "el infierno es la repetición". Cuando vi la miniserie, los personajes repetían esta formulación a cada momento y aunque el texto literal lo decía todo, yo no podía integrar la frase en su sentido profundo. Me quedaba en lo obvio.
Recibí, si se quiere, cierto estado de gracia cuando una imagen (no me acuerdo cuál) me acosó semanas más tardes. Ese estado me duró días y entonces capté un nuevo sentido sobre lo que dijo Stephen King que antes me había parecido ausente. Fue durante ese tiempo que yo tendría que haber escrito algo y no lo hice. La sensación pasó y sólo me quedó el efecto, una resaca, que me dura años.
King es un gran lector, o por lo menos un gran lector sinóptico, y el ejercicio de reducir una idea extensa a una frase, casi de grafitti, no puede ser menos que el resultado de un trabajo de reflexión. El acto de repetir es la parte evidente de una condena. Sísifo tenía que llevar una piedra hasta el punto más alto de una montaña y cuando llegaba, la piedra volvía a caer. Prometeo tenía que replicar una y otra vez ese momento en que aves de rapiña le comían las entrañas, consecuencia de haber entregado el secreto del fuego a los humanos. A un acto, un castigo que se repite por toda la eternidad, sin redención para los griegos y los romanos, hasta que el cristianismo abre una puerta de salida. En Dante cada daño cometido es un pecado y a ese pecado, en la muerte, le corresponde un eco eterno.
La muy poco conocida serie Oz transcurre en una cárcel modélica, en la que sus internos no lo son. Oz arranca como drama carcelario y a medida que avanza en sus siete temporadas se desliza hacia todas las formas y consecuencias de un purgatorio a lo Dante. Todas las almas están entrampadas en un mismo laberinto en el que todo lo que ocurre siempre les regresa a un punto de origen que es un crimen, doloso o no, pero que alcanza para dictar condena. La condena excede lo judicial. Es metafísica en un sentido puro. Si el infierno es la repetición, un crimen es un eco.
Cien veces no debo. Es Bart Simpson escribiendo en la pizarra la frase que toque esa semana, ya que siempre hay algo mal hecho, una acción que purgar, como si quien la comete no tuviera memoria, o como si la memoria tuviera que ser escrita muchas veces para empezar a ser recuerdo. En qué piso de fragilidad estará montada que necesita de una mano y una tiza para empezar a fijarse.
Frases que son advertencia, como la eterna "Quien no conoce la historia está condenado a repetirla". El reverendo Jim Jones, el organizador de la masacre de Guyana en 1977, la tenía pintada detrás de su trono de mimbre. ¿Auguraba eso el infierno por venir y que al final vino?
En términos más prosaicos, el novelista norteamericano Kurt Vonnegut decía que si Jesús hubiera vivido más de 33 años hubiera comenzado a repetirse. Para él esto significaba un chiste hacia sí mismo. Vonnegut, escritor satírico, crítico ácido de la política y la historia de su país estaba convencido de que se repetía mucho. Que hablaba una y otra vez de los mismos temas, persistentes, de un tiempo criminal. Él había vivido como soldado prisionero en la Segunda Guerra Mundial los bombardeos americanos sobre Dresde. 4000 toneladas de bombas se arrojaron sobre la ciudad y produjeron unos 35000 muertos. Un crimen de guerra similar a Hiroshima o Nagasaki, que no tuvo, por supuesto, castigo.
Vonnegut se propuso entonces como lapsus de la conciencia americana. Lo que sus administraciones censuraban, él lo dejaba escapar, como una lengua suelta. Él era la mano de Bart Simpson que escribía mil veces no debo cometer crímenes, no debo ir a la guerra, no debo inculpar a otros por mis actos y así. En su novela Matadero cinco (Slaughterhouse Five) lo describe como una historia de ciencia ficción, como un viaje en círculos por el tiempo. En esos días estaba la Guerra de Viet Nam, y después vinieron otras. No le alcanzó a Vonnegut su vida para repetir sus mismos argumentos ante un estado sordo. Hasta 2007 lo intentó.
Todo estaría cifrado en un acto. Podrían ser muchos, por supuesto, pero se concentran en uno. Habría que ser muy negador para no nombrar cuanto menos uno.
Repetir actos, repetir palabras, repetir fórmulas, repetir grados. La repetición como castigo e infierno.
Pensé también heréticamente en Picasso. En los tiempos que forjaba su estilo nos proponía un viaje apasionante por sus miradas a los pintores que le antecedieron, su aventura de los períodos rosa y azul, hasta desembarcar en Las señoritas de Aviñón. En el tiempo que sintetizó su marca y después la reprodujo hasta el hartazgo. Eso no reducía un ápice su talento, pero nos ponía a todos frente a la multiplicación de sus propios motivos, cuando ya nada nuevo aparecía, cuando ya estaba todo hecho. Esa reproducción infinita que sólo detuvo la muerte cuando le paró la mano, ¿no fue también el infierno? Claro que es más amable ver una sucesión de cuadros de Picasso que una serie de bombardeos en ristra sobre Dresde o Bagdad, pero cuando el ejercicio de replicar un acto se instala, algo perverso aparece. Las miles de obras de Picasso le aseguran el pan a sus hijos y a quienes las compran, a los museos subsidiarios que no tienen las grandes obras, pero nosotros, terráqueos, no necesitamos más que una porción de esa avalancha para entender. Exhumar obras es una procesión que se agota en algún lugar. Entretanto se continuaría con una sensación de algo ya visto, ya vivido. Con Borges podría pasar algo parecido. Se podría extractar su obra y dejar unos cuentos, algunos artículos, algunos poemas. El resto no sería más que contexto. Continente y no contenido.
¿Qué se podría encontrar en las miles de obras perdidas de la dramaturgia griega clásica? ¿Algo que modificaría el estado canónico de la literatura mundial actual, o sólo más contexto?
Una obra descubierta de Calderón de la Barca, como La Selva, aporta más sobre el estado de las comedias de la época y cierta estructura emparentada con la Commedia Dell'Arte. Influencias. Tramos. ¿Un Goya antes de ser Goya, como se ha hallado ahora?
La sociedad en que vivimos necesita mucho, muchísimo, de un cierto estado repetitivo, como una tartamudez o un mecanismo tarado, que fije la fotografía de la vida, apoderarse de la reproducción, o de una variación del original. Puede cumplir muchas funciones, pero nada quita que un acto multiplicado no se emparente con cierto estado infernal, aún cuando la mirada que lo califica provenga de una concepción muy cristiana. Hay algo más por debajo que viene de un pasado más profundo. Anterior a los griegos que conceptualizaron esta identidad de repetición como forma de castigo. ¿Habremos naturalizado este proceso tanto que hemos llegado a borrar esa parte del infierno que nos rodea?
En otra historia, incluida en su libro Todo es eventual, Stephen King nos propone otra vez (repite) la misma idea. El cuento se llama Esa expresión que sólo puede expresarse en francés y la expresión es déjà vu. Esa sensación única e intransferible de sentir que algo ya se ha vivido, que se percibe como una interferencia, que no dura casi nada, pero mientras transcurre nos saca del mundo. Si ese estado instantáneo se extendiera. Si se fijara. Si nos diéramos cuenta todo el tiempo de esa intromisión, no sé muy bien qué sentiría, pero creo que sé muy bien a qué se parecería.