jueves, 10 de marzo de 2011

Credo

Últimamente vengo pensando en lo difícil que encuentro definir qué animal político soy, en este ámbito, en este mundo, en este tiempo. Sé cuál es mi referencia ideológico-política. La gente que me conoce más, la sabe, y este no es un espacio para divulgarla, sino para pensar en otra cosa: en la serie de accidentes que conforman mi credo. Lo curioso es que estoy seguro de que esta gente a la que admiro y en la que creo, no tiene nada que ver con mi manera de pensar el mundo, pero de alguna forma más elemental me componen. Creo que soy más por y a través de ellos, de nuestros encuentros, que de mis "elecciones".
Nanni Moretti en Caro diario, recorre calles y aledaños de Roma (y más allá), y mira su ficción con ánimo documental que le convierte en corresponsal sui generis de una realidad que interpreta muy caprichosamente. En un pequeño episodio él viene con su motito Vespa y un semáforo lo detiene. A su lado hay un hombre con un cochazo descapotable y aprovechando la espera, Moretti se baja de la Vespa, se acerca al coche y le dice al hombre algo así como: "Yo soy un hombre de izquierda, pero aún si viviéramos en una sociedad que pensara y actuara como yo creo, integraría una minoría crítica". Sólo esta idea me va a conectar ya con otros mundos y con el último de los referentes del que ya voy a hablar más abajo.

Yo elegí el periodismo luego de dejar las Bellas Artes, creyendo que así encontraba un corolario para mi formación profesional. Formación ecléctica que a día de hoy no para y se renueva. Y en esta elección me encontré con Rodolfo Walsh. Nunca me interesó su opción política. Con quién se organizó. Y no lo divorcio de ella. Por el contrario respeto profundamente su arribo a orillas que a mí no me convocan. Pero vivo fascinado con su inteligencia, su talento y su moralidad. La forma en que Walsh mira el mundo real, supera cualquier encuadre ideológico.
Él aplicó una mirada sobre las grietas de una sociedad y se puso a estudiar sobre ella. No se conformó con un punto de vista. Buscó otros. Sin perder de vista lo importante que es la disciplina en una organización política, no dejó en ningún momento de elaborar sus propias ideas.
No conozco organización, ni siquiera en la que yo he comulgado, que le otorgara el valor adecuado a tener un punto de vista independiente, elaborado por una cosecha propia y no por cadena de transmisión o por adiestramiento. Casi diría que tampoco conozco espacios de discusión aún fuera de las organizaciones en los que no exista una cierta tendencia a tratar de congelar el disenso.
Creo que es tan importante tener las ideas claras como tener la capacidad de percibir los mundos alternativos que se abren frente a esas ideas. La posibilidad de optar por otros medios que no sean los consentidos o permitidos para formar el propio parecer. Poder emitir juicios que pueden ser considerados tabú, para algunos y que de inmediato convocan el reajuste o la censura.
Es una tentación muy grande ser parte de una mayoría, y creo que es a lo que se refiere Nanni Moretti. Es tan avasallante la sensación de tener una razón respaldada por mucha gente, que te hace no sólo perder la perspectiva, sino también olvidar que la perspectiva existe y así el mundo cobra ineludibles dos dimensiones. ¿Será por eso que cuando las dos dimensiones aparecen, aparece también los contrastes exagerados, los colores planos y las opciones dicotómicas?

En la película basada en una historia real, Reversal of fortune (En Argentina se llamó Mi secreto me condena), el personaje protagonista Alan Dershowitz es un abogado que tiene que defender a un rico y aristocrático integrante de la sociedad neoyorquina: al malo de la película que aquí es Jeremy Irons. Antes aún de que tome el caso, Dershowitz comenta que si hubiera vivido durante los juicios de Nüremberg y Hitler no se hubiera suicidado, a él le habría parecido maravilloso defenderlo. Y ya cuando acepta el caso, se niega de plano a tener una entrevista con su cliente. No quiere formarse una opinión sobre el caso a partir de escuchar su versión de los hechos. Primero realiza una exhaustiva investigación con su equipo de colaboradores, muchos de ellos becarios y pasantes, y construye su propia visión ya que lo que él se propone llevar a juicio no es la moralidad de su cliente, sino la forma en que los procedimientos policiales intoxicaron (y de hecho lo hicieron) el acceso a un juicio justo. Independientemente de lo que él íntimamente creyera, eligió el camino de armar su visión de la forma más objetiva a la que él pudiera acceder. No comprar el paquete del caso y la visión del acusado en un mismo envoltorio.
En esto el planteo de Dershowitz y Walsh se tocan porque más allá de la ideología y las elecciones personales, hay un esfuerzo que busca abrir la mirada y la posibilidad de que las cosas sean de otra manera. Aún de una manera completamente diferente a la que tus propios amigos y aliados consideran como correcta. Algo en el método plantea que disentir es importante y que la existencia del disenso no es un capricho ni un privilegio, sino algo tan necesario como respirar. A eso también se refiere Moretti.

Héctor Germán Oesterheld, creador no sólo de El Eternauta sino de otras tantísimas ficciones como Ernie Pike, Sargento Kirk, Ticonderoga Flint, Mort Cinder, Sherlock Time, ha sido muy reivindicado después de la caída de la dictadura. A las lógicas razones que tienen que ver con su talento, se suman otras que vienen de una lectura política sobre el autor. Por haber sido montonero, por haber desaparecido, y porque él expresó un credo político que en su momento puso en paralelo la realidad argentina con sus propios mundos ficticios. Su obra designada cumbre, El Eternauta, guarda dentro la comparación de una invasión extraterrestre con lo que fue la Revolución Libertadora. Interpretación que llegó mucho más adelante de su tiempo de edición y que conectó con una segunda parte, muy posterior, en la que paralelos eran más intencionados y donde las figuras que intervenían en ese episodio dos, tenían todo que ver con la política de su tiempo, la previa al golpe militar. Después estuvieron las lecturas realizadas por Juan Sasturain que recalcó estos puntos de análisis sumados a escritos del propio Oesterheld donde para él propugnaba por una ideología de héroe colectivo frente a héroe individual. El concepto del héroe en grupo como diferenciación ideológica preferencial frente a la ficción norteamericana, por ejemplo. Este punto reflexivo se toca con otro que también abordó Rodolfo Walsh en su cuento Un oscuro día de justicia. En ese cuento los habitantes del orfanato que sirve de escenario a todo el ciclo de los irlandeses, viven tiranizados por un preceptor. El dolor y la impotencia en que los sume esa opresión ejercida por un hombre más grande y buen peleador, hace que todos los chicos necesiten una revancha, un desquite. Anhelan entonces la llegada del tío de uno de ellos, excelente peleador, que podría venir al orfanato a pegarle al preceptor y poner las cosas en orden. Ese sueño se vuelve desmesurado y cuando el tío, que parece no llegar nunca, en efecto llega, es derrotado por el preceptor a mano limpia. La decepción de los chicos es terrible. Y ese cuento se dio a una búsqueda de moraleja: que no hay que confiar en el héroe individual, en el salvador, que Walsh nombró por el Che Guevara (pero que pudo ser también muchos otros) y tratar de buscar una salida colectiva.

Yo comparto plenamente esa ambición moral y práctica. Pero no creo que se pueda tener o abrazar si no se supera la forma y se entra en el contenido. Si se entiende grupo o colectivo como una alianza homogénea de visiones y pareceres, estamos dejando de lado lo que da la construcción de un conjunto a partir de individualidades fuertes y complementarias. No, idénticas. Esto tan citado de que el conjunto es mucho más que la suma de las partes.
La búsqueda denodada de la identidad puede ser tan excluyente como la diferenciación exacerbada. Y puede llevar a conclusiones tan equivocadas un impulso como otro. La sensación ilusoria de que en el acuerdo hay certeza, nos puede desviar de tener esa fuerza única e íntima (no, individualista) que nos permite acuñar ideas propias y no ideas contagiadas por otros o por el mero entusiasmo. Si no hay un punto escéptico y/o crítico, el panorama se enrarece.

Es comprensible que en países como Argentina donde la existencia del peronismo (como movimiento político perseguido durante casi veinte años, sumado al episodio de la dictadura), nos haya dado a muchos una idea en la que una mayoría consciente de sus voluntades y propósitos, al quedar excluida de la competencia por el poder, está prisionera dentro de un país y un estado secuestrado por una minoría. No es un punto de vista erróneo, pero no es exacto.
En un país como EEUU esta opción está por cierto invertida. El ciudadano común tiene (o al menos ha tenido durante muchísimo tiempo) la idea de que su gobierno es orgánico con su pueblo. Que su sistema es orgánico y que ha alcanzado un estadio democrático preferencial a cualquier otra nación del mundo. Derivado eso en riqueza, crecimiento, ambición, etc., etc. Ese mundo feliz hipnotizó durante mucho tiempo a sus habitantes hasta que en los años sesenta la venda empezó a caer. Apareció un fenómeno que fueron las voces disidentes. Tipos que empezaron a decir que lo que celebraba ya no solo el gobierno, sino la mayoría de los americanos, tenía también un lado oscuro y que alguien dentro o fuera de casa, padecía las consecuencias de ese lado oscuro.

Uno de los críticos internos más inteligentes dentro de EEUU fue Kurt Vonnegut. Quizás su visión política fuera más potente que su obra y su obra nunca fue poco potente. Él empezó a decir que el sueño americano también podía ser pesadilla. No decía ni siquiera que era una simple cuestión de apreciación. Decía que formar parte de las campañas que el gobierno americano lanzaba para el bien común o para el bien del mundo, hacían mucho daño. Durante la Guerra de Vietnam, él narró su experiencia durante la Segunda Guerra Mundial como joven soldado, veinteañero, que fue testigo de la crueldad de los bombardeos americanos sobre Alemania. Quería que se tomara en serio el tema de que el abordaje de la realidad no puede ser a todo o nada. Donde aceptar sería comprar todas las acciones de una empresa por brutal que sea. Donde los muertos son el precio de la paz y el bienestar. Dresde, Hiroshima, Nagasaki. ¿Cuál es el precio justo? ¿Cuánto es justo y cuánto es pagar de más? Algo de esto también se pregunta Steven Spielberg en Munich. ¿Hasta qué punto se justifica la eliminación selectiva de mis enemigos, cuando por el solo hecho de participar en estas acciones y estos pensamientos, empiezo a convertirme en cómplice muy consentido de muchos otros crímenes, más de los que yo querría pagar?

El último de los miembros de este credo ecléctico que tiro sobre la mesa es Clint Eastwood. Declarado republicano. Declarado conservador. Él no escapa ni huye a las miradas que arrojan sobre él. Creo que su excesivo conservadurismo produce en él algo que me parece maravilloso. Conseguir relevar el poder del libre albedrío. Así como es él, que descree del estado y sí cree en el impulso individual, nos expone todo el tiempo al universo de errores y horrores que puede cometer un Estado, una agrupación de hombres, sometiendo al tipo suelto. Sometiéndolo tanto en su destino como en su suerte.
Él cree en la muerte asistida como en Million Dollar Baby, porque los requisitos burocráticos de un estado no pueden aplastar la voluntad madura de una persona de decidir qué hacer con su vida y cuándo terminarla. Cree como en True Crime que él no es nadie para disputar la existencia o no de la pena de muerte, pero sí puede cuestionar que esas individualidades coligadas pueden disentir con la misión que tienen que llevar a cabo y que si cumplen con lo que la ley impone, no tienen por qué compartirlo o no sufrir por hacerlo. Entiende que la cadena de errores puede ser tan infinita como para convertir una rutina, la que le toca sufrir a un condenado a muerte, en una maquinaria ritual y perversa. Ahora en Hereafter no enuncia nada a favor ni en contra de la gente que cree o elige creer en opciones no científicas o seudocientíficas. Arremete sí contra la prerrogativa racionalista que dice que por fuera de la razón no existe nada y esa razón es la base de los "estados" en los que habitamos, y nosotros también, en pequeñas agrupaciones, replicamos esta prerrogativa a nombre del racionalismo o de lo que sea. No importa ya quiénes seamos. Si nos constituimos en un grupo para estigmatizar lo que no compartimos o no entendemos, actuamos también de una manera represiva y somos cómplices. Hay una foto de Robert Capa luego de la liberación de París que también relata esto, cuando la gente hace descarga de su odio, en medio de una turba, rapando a la amante de algún oficial nazi.

De Oesterheld me gusta -y recuerdo también mucho- una evocación que hizo su viuda una tarde, creo, del año 95 en el Centro Cultural Recoleta, en Capital Federal. Ella resaltó de Oesterheld su enorme carácter humanista. Él no elegía bandos de buenos y malos en la Segunda Guerra Mundial que narraba Ernie Pike. Le parecía que había ejércitos y buenos y malos hombres en cualquiera de ellos. Fue el primero en mostrar en ficción, en los años 50, a buenos soldados alemanes.

Oesterheld fue muy devoto de Jack London. Otro autor para el cual la moralidad de sus personajes era muy importante. Uno de los cuentos que más le había impactado era uno en que unos cazadores eran capturados por una tribu que los iba a matar de cualquier manera, y lo hacían cruelmente. Uno de ellos acude a su ingenio y le dice a uno de los indígenas que él tiene una medicina que convierte a su piel en impenetrable y que no le podrá matar. El jefe de los indios se indigna, quiere que le muestre. El hombre se frota en el cuello, el indio le descarga un machetazo y le saca la cabeza. El prisionero se burló de su captor y lo dejó en ridículo. Se salvó de la tortura, aunque no pudo sobrevivir.
Otra moralidad.
Walsh había pergeñado una conclusión parecida con su propia vida y ese ensayo surgió de su investigación de la masacre de José León Suárez. Pensó que si de todas maneras te iban a matar, por qué no luchar, por qué no defenderte. Y así lo hizo cuando quisieron capturarlo y en su propia ley murió.
No sé si Walsh unió la imagen de un cuento como éste de London, y la actitud de un Julio Troxler en José León Suárez, quitándole el arma a un soldado para poder huir, y así construyó también la elección de su destino.
En ese sentido fue un personaje de London, de Eastwood, y también por qué no de Vonnegut y de Nanni Moretti. Personajes críticos, no asimilados que eligen su destino a pesar de todo, a pesar de ellos mismos, aún cuando no ganen nada y a veces pierdan la vida.
Admiro a esas personas por esas formas y esas maneras. Creo en ellos. Me gustaría creer que en alguna de mis opciones, algo de ellos pudiera hacer pie en mí.