miércoles, 24 de julio de 2013

Adaptaciones


Tengo un amigo que odia los remakes. Tiene muchas razones, bastante sólidas todas, racionalmente hablando. Quizás la remake más inútil del mundo haya sido la de Gus Van Sant con “Psycho”. No porque quisiera rehacerla, sino porque su hipótesis de trabajo era que iba a copiar plano por plano lo que había rodado Hitchcock.
Esas prerrogativas de autor se vuelven terribles a la hora de ponerse a crear, ya que quieren imprimir a una obra un estado de experimentación que no renueva la experiencia. Y creo que todas las obras están asociadas a una experiencia. Una experiencia que no puede ser clonada, imitada, reproducida o camuflada.
Cada obra es e implica una experiencia estética que se expande como una mancha a lo íntimo, lo vital, lo político y lo social. Tenemos más o menos conciencia (en lúcidos términos) de lo que abarca esa experiencia. Podríamos encararla como un desglose forense y ver las partes y los cruces y los puntos de contactos y las vecindades. Yo vivo una película como un itinerario en el que voy del principio al fin de la historia y me expongo a descubrimientos, sorpresas, y sus consecuentes entusiasmos o decepciones.
No sé el resto del mundo, pero yo no puedo separar El mago de Oz de la vez que mi padre me llevó a verla al cine. Y no puedo desprender lo que fueron las películas que vi con él en el que fue el último año que dependí de un adulto para ir al cine. 
Ahí tuve Live and let die, de James Bond; La aventura es la aventura; Mi nombre es nadie; Scorpio…
Pongo esos ejemplos pero tengo cientos más: Cómo entré a ver El exorcista, o la cola que hice para ver La Guerra de las Galaxias cuando todavía nadie se imaginaba el éxito que sería.
En ese sentido tendría que ponerme de acuerdo con mi amigo: la experiencia única que se tiene frente a una obra original, difícilmente puede ser recreada por una adaptación. Sin embargo, persistimos en rescribir las obras que funcionaron antes. A veces tenemos suerte con ellas, otras veces no.
Yo, por mi lado, no me declaro un talibán anti remake como mi amigo. Creo que las historias tienen más de una oportunidad. El teatro es una buena muestra de ello. Nadie piensa que un texto pueda agotar su existencia en una buena, gran y mítica representación. Se puede argumentar que en el teatro las experiencias y las puestas son únicas y varían su interpretación del texto. La inmediatez del teatro avalaría plenamente una hipótesis así, pero como justificación no alcanza. Porque también cada película opera como instrumento de experiencia única asociada a las condiciones en las que ha sido recibida. En casa propia o ajena, en un gran cine o un cine club, o un cine al aire libre, en un ordenador, un móvil y así. La película podría ser la misma, lo mismo lo que narra, pero el entorno del espectador es único. El cruce de circunstancias que le afectan, también. Es imposible despegar una experiencia audiovisual de esa extraña tensión entre intimidad y entorno.
Una remake, que a todos los efectos es una adaptación, nos desafía -más que a intentar una nueva experiencia- a revisar nuestra memoria y a entrar en combate con todo tipo de prejuicios.
Yo pienso que sin duda alguna hay remakes mejores que las ficciones originales. En cuanto a series, In treatment refaccionada en HBO es mucho mejor que Be tipul. La experiencia de ver una u otra se ve constantemente asediada por muchísimos factores. Mientras en In treatment hay un trabajo sobre el tiempo, el ritmo, la intensidad, el tono y el estilo, en la original israelí hay una fuerte marca de producción que la acerca al tono telenovelesco. El tono de los actores, el tono en que está contada la historia, la luz y la puesta de cámara, son diametralmente opuestos a los de la versión HBO. Sin embargo, la historia y los episodios, son los mismos.
Esto pasó (y pasa) también con Homeland y Hatufim. La primera es un thriller, la segunda un drama. El núcleo argumental es similar. Los tres personajes de Hatufim en Homeland sólo son dos. El eje dramático de Hatufim está puesto en la ficcionalización de la vuelta del prisionero de guerra, en las dificultades de reconstruir sus lazos familiares y de pareja, en su dificultad para la readaptación social. En Hatufim tenemos en el margen de la historia la presencia de la seguridad interior que espía a los prisioneros retornados como una pantalla de fondo en la que el drama social se coloca en un primer plano. Hatufim actúa en algún punto como instrumento catártico que se vale de los elementos del thriller como un apunte para mantener y dirigir la tensión.
Homeland apostó desde el comienzo por invertir estas relaciones. La familia y los conflictos personales quedan supeditados al tempo del thriller, el suspense y el misterio. La experiencia Homeland es incomparable con respecto a su original Hatufim, que también adolece de una factura telenovelera. Hay algo, o mucho, que hace que las condiciones de producción intervengan en el resultado. En el tono y la imagen del resultado, y eso varía la experiencia. El disfrute que puedo registrar entre Homeland y Hatufim tiene que partir de esta diferencia diametral entre un producto y otro. Comparar es un ejercicio inevitable; buscar refrendar el valor del original sobre la copia, es un esfuerzo vano.
Entiendo que en el ámbito de la creación se le ha dado a la originalidad la categoría de un valor intrínseco. Una idea de inmanencia que se termina entendiendo como si el poder de la matriz no pudiera tener disputa alguna.
Creo que en The killing se intentó también jugar con variables. Ya todos los que somos seguidores de las series tenemos visto Forbrydelsen, con lo cual invariablemente sabemos quién es el asesino. Para romper esta previsibilidad, en The killing se nos propone otro asesino. Este cambio impacta sin duda en la experiencia.
La experiencia en una historia de asesinato suele ser invariablemente la misma, más o menos desde Twin Peaks, y es la búsqueda incesante por parte del público para saber quién ha cometido el crimen. 
Los adaptadores entendieron, creo que de forma muy acertada, que The killing sólo podría adquirir un valor frente a su matriz si proponía otro asesino. Ese fue el acierto. El desacierto fue convertir y estirar una historia que se contó en 20 episodios en 26. Esto obliga a ampliar y multiplicar las ramificaciones de la trama. ¿Favorece esto el tono? No estoy seguro. Sí está claro que el peso de la imaginería americana en The killing y una mayor estetización del ambiente oscuro que se veía en el Copenhague de Forbrydelsen, se vuelven muy atractivos con respecto al original. La adaptación con más medios y más producción, sin implicar mejoramiento, influye en el impacto visual para el público. Imagen y distribución. Dos elementos en los que la copia supera a la matriz. Conozco mucha gente que no se le anima al original de The killing, pero eso ya podría abrir un debate casi antropológico que aquí y ahora no toca.
Pienso entonces en The bridge. El mecanismo de duplicar la producción, esfuerzos, imaginería y distribución con respecto al original Broen, es algo hasta esperable. En una pre-crítica que salió en Quinta temporada de El País, se habla, elogiosamente, de que The Bridge parecía mantener muchas de las pautas del original. Yo sinceramente no sé cómo van a resolver la nueva versión. Habiendo visto sólo el primer episodio, tengo indicios y preguntas.
Las preguntas son para mí más fuertes que los indicios:
¿Cómo se cuenta una frontera México-EEUU, una frontera de 400 millones de personas ante la frontera de Dinamarca-Suecia, que separa sólo a 14 millones?
Las fronteras europeas, entre europeos, y sobre todo entre dos países nórdicos, son casi una seda y ellos casi hablan un mismo idioma. ¿Cómo se reconvierte esa baja tensión en la máxima tensión de la frontera del Río Grande? Yo soy de la idea, inequívoca, que el paisaje (y el contexto) condiciona la historia en tono y en intensidad. No se puede narrar algo parecido. Aspirar a una refacción del original sueco-danés, o a mantener el tono, es como querer poner a bailar un vals vienés a los cubanos y querer convencernos que no hay filtro de por medio.
Sigo con esta idea (y procuraré no hacer ni medio spoiler): Broen, al final del camino, es la narración del juego mental que propone un asesino sobre uno de los personajes de la historia. Aún en el original esta resolución de trama me pareció desproporcionada. O me pareció desproporcionado el esfuerzo de este asesino para probar su tesis y llegar a impactar sobre su víctima. Pensé todo el tiempo que el camino que se había propuesto podría haber sido mucho más corto y haber llegado al mismo sitio. Pero eso no hubiera favorecido el desarrollo de Broen como serie. Puedo compensar esta resolución de la trama con la idea, a la que ya me referí antes, de que entre Suecia y Dinamarca esa frontera y ese puente son una anécdota. La frontera de The bridge está regada de cadáveres más flagrantes que la de Broen. Cadáveres de la desesperación, del tráfico, de la ilusión, de la traición. La frontera de The Bridge oscila entre el drama y la tragedia. Y es una frontera fuertemente social. La de Broen corresponde a los juegos de la mente y en ese sentido se compensa, ideológica y temáticamente.
Pero en The bridge la cosa se multiplica porque la ciudad de la frontera es Ciudad Juárez, donde miles de mujeres han sido asesinadas durante los últimos años sin que se sepa ni quién ni por qué las ha matado.
Cualquier muerto de esa historia que rodea The bridge tiene más background y más raíz que el cadáver que encuentran justo en la línea de frontera.
Yo entiendo que siguiendo la línea de The killing, The bridge puede imprimir un giro en su adaptación pero ¿con qué profundidad? Y eso, por supuesto, si lo hacen.
Creo que el arte de la adaptación es una fracción más del arte en general. Que desde el día en que nos proponemos reinterpretar una historia nos sometemos a leyes que no pueden ser caprichosas. La libertad de creación es un argumento que se puede esgrimir, pero toda historia implica una responsabilidad interna. Si acepto rehacer un argumento ajeno, me toca entender y hacerme cargo de todas las coordenadas que varían a partir de que el argumento cae en mis manos. Yo creo que el verdadero arte rechaza la reproducción mecánica o la reproducción sin motivo y sin fondo.
En un tiempo de muchas adaptaciones (porque el mercado de las series se encuentra vital por demás y necesita todo el tiempo de nuevos argumentos), hay que renovar las pautas de mirada. Mirar es un disfrute al que le influyen ciertas reglas. Mirar es un ejercicio vivo y que nos pide algo más que acudir a fórmulas. Necesitamos saber por qué le damos nuestra cuota de suspensión de la incredulidad a una ficción o a otra. Y ese saber es un ejercicio que podemos realizar de la misma manera que aprendemos cualquier otra cosa. 
Cuestionando lo que se nos da y no darlo todo por sentado, sería una manera de abordarlo.