viernes, 9 de diciembre de 2016

Anoche soñé que viajaba a Stars Hollow

Anoche soñé que viajaba a Stars Hollow. Para los que no lo conocen, es el pueblo de la serie de "Las Chicas Gilmore". Y como es en EEUU, en mi sueño, mi viaje tenía que ser rápido y perentorio, porque el problema con EEUU proviene de cuestiones como por ejemplo que las visas de turista duran poco. Algo que me afecta a mí, pero que a los inmigrantes que están en Stars Hollow, Connecticut, no les pasa. César, el cocinero mexicano de Luke, o la familia de Berta (la criada de Emily, la madre de Lorelai) que son tantos como refugiados sirios y que vienen de un país que habla un español indescifrable, no lo sufren. Trabajan contentos en las grietas de los servicios y no corren peligros. No los sancionan ni los deportan.
En mi sueño en Stars Hollow voy, como suele ser en mis viajes, recorriendo el lado B de la vida de sus personajes. Las calles que no pertenecen a la plaza central ni al estudio, y quienes me acompañan son Lorelai, Rory y Luke pero, salvo Rory, los otros no tienen las mismas caras, por más que yo sé que son ellos. Me muestran cómo expanden y fundan nuevos restaurantes, ya que la gastronomía es quizás una de las actividades más importantes para un pueblo chico, pintoresco y turístico como Stars Hollow. Me llevan en coche y en un avión que es como un autobús. Lleno no de gente rica, sino de gente común. Adentro se divierten y cantan. Improvisan pequeños números musicales como si eso les viniera en el ADN. No son los mismos que yo vi en la serie, sino otros que se están preparando en la ciudad y que suelen ser caja de resonancia de esa cultura que se cuece en grandes ciudades como Nueva York. En Stars Hollow ocurre algo parecido, pero no a tamaño tarta, sino muffin.

Stars Hollow es un lugar en el que se puede comer todo el tiempo pasteles, pizzas, tacos, hamburguesas y tomar litros de café como si nada, y que nadie suba un kilo. Incluso en los cuatro episodios de 2016 se nota a varios (amén de estar un poco más mayores) que están más delgados. Como Sookie, por ejemplo. Aunque igual para todo hay excepciones.
En Stars Hollow a la gente le gusta leer más que la media, se está al día de todas las novedades, se canta maravillosamente, se montan discretos pero entrañables mini musicales y las bailarinas de Miss Patty no le envidian nada a las de Broadway. Es un pueblo culto, entrañable y cinéfilo.
En mi corto recorrido por este lado B de Stars Hollow, acompañado por los personajes, se me acerca una chica que es representante de artistas y que sabe que yo escribo y filmo. Me propone algunas de sus actrices y actores que están con muchas ganas de entrar en nuevos proyectos, y su charla parece una imagen de algunos mails que me llegan a mi propio Linkedin, y yo explico que aún para hacer una película independiente en EEUU necesitaría millones de dólares o euros, que claramente no tengo.

Dentro del sueño suelto, como un guiño, que mi esperanza era que el abuelo de Rory, que murió hace poco, hubiera querido financiar alguna aventura cinematográfica ya que era un hombre con mucho dinero. Y cuando lo digo me doy cuenta que mi guiño tal vez no se entendió como humorístico, pero los que me acompañan no me lo hacen notar demasiado.
La representante de artistas de Stars Hollow me dice que si tengo planes, podríamos hablar en una semana para imaginar algún proyecto, para buscar financiaciones. Y en mi vida real me está pasando algo similar, pero no a través de una representante. Yo le digo que en una semana yo ya tengo avión de regreso, que quizás podríamos aprovechar para charlar sobre esos proyectos allí mismo, en una de las cafeterías de la plaza. La de Luke, por ejemplo, pero sin obligarnos, hay otros sitios. También puede ser en alguno de los bares clandestinos al aire libre, en una noche de verano.

Y mientras arreglamos esa negociación posible vemos que el sol nos deslumbra en medio de un eclipse. Este eclipse de sol es gris y opaca todo el cielo que, de repente, se llena de estrellas que parecen sacadas de una pantalla electrónica, y que dibuja formas diferentes y cambiantes, como carteles publicitarios. Ese cielo es la única amenaza que sentimos mientras vamos caminando y nos refugiamos en una casa porque, parece, de ese cielo surge la imagen en realidad aumentada de una mano que juega a que quiere agarrarte, pero al final no lo hace. Yo al menos estoy seguro de que es un juego, pero en el pueblo ficticio de Stars Hollow, al menos para sus habitantes, no existe esa certeza que yo tengo, de que la mano no nos va a agarrar y a llevar a ese cielo despejado y gris oscuro.

Antes de soñar este viaje a Stars Hollow me desperté ayer, de verdad, a mitad de la noche pensando en los capítulos que vi de “Gilmore Girls: A Year in the Life”, en los que Rory, la hija de Lorelai, vuelve a casa. La plaza del pueblo tiene una atractiva e inusual belleza, como durante las siete temporadas de la serie original. Esa belleza está en el diseño, en las luces, en la forma en la que gente pasea, en lo que hacen, aunque sea invierno. Un escenario que parece el Punxsutawney del Día de la Marmota, el pueblo afectado por un mecanismo fantástico que hace que un día se repita constantemente.

Y en Stars Hollow, más allá de lo bonito que se ve el paisaje, parece que sobre todo para Rory hay una mecánica de atracción y arrastre que le producen el lugar y los habitantes. Y esto le pasa mientras ella quiere proyectarse y ser una gran periodista, aunque ve cómo sus intentos se van frustrando a lo largo de un año, y parece que el único sitio capaz de acogerla como debe es el periódico de su propio pueblo.
Porque éste es tanto el pueblo del Día de la Marmota y al mismo tiempo se parece al ficcional Castle Rock de Maine inventado por Stephen King. Stars Hollow es una suerte de Macondo norteamericano de la zona de los fundadores, de las colonias originales, y bajo otras luces. Un cuadro que podría estar pintado como una imitación de El Bosco, en extrema miniatura, cambiando unos personajes por otros.

Pero para Rory Gilmore, más que para ningún otro, Stars Hollow parece haberse convertido en Comala, el pueblo del “Pedro Páramo” de Juan Rulfo, y sus habitantes podrían ser fantasmas y ella también. Porque mientras todos los demás parecen aceptar y vivir de acuerdo a esa ley (sobre)natural, Rory se debate, entre los reencuentros con sus viejos amores y la nostalgia, tratando de saber si hay para ella una vía de escape, aún del pueblo ficcional más bonito .
Si ese es el mundo paralelo de Rory, también se parece mucho al de “La invención de Morel”, de Bioy Casares. Donde todo lo que sucedía se veía real para el fugitivo, el extraño, pero no era más que una grabación que se repetía cotidianamente, en loop.

Hay algo extremadamente hipnótico en la belleza y en la calidez humana que cuando alguien menos se lo espera, puede convertirse en un escenario de La Dimensión Desconocida. Y la parábola, si es que alguien la ha imaginado, es que el mundo ficticio que nos enamora y nos conecta a la vez con las cosas importantes y bonitas de la vida, también puede ser un abrazo del que resulta muy difícil desprenderse.

También a Rory podría pasarle, como a Mrs De Winter en “Rebeca” cuando soñaba que regresaba a Manderley, que ella también regresaba a Stars Hollow y que en algún momento despertaría para ver cuál era la realidad. Si era periodista, si estaba sola o acompañada, si triunfaba, o si efectivamente Stars Hollow era tan real como las ciudades chicas de las que venimos muchos. Ciudades que sin tener la belleza fantástica que se puede diseñar en un patio trasero de los estudios de la Warner, también nos envuelven con sus calles y sus personajes.
Yo, en el sueño que fue mi viaje corto a Stars Hollow, no tan fragmentado como lo cuento aquí, sentía una atracción irrefrenable por volver. Aún cuando ni siquiera había partido. Como si la nostalgia por el lugar que vamos a dejar empezara a hacer efecto en el mismo momento en que desembarcamos. Apenas apoyamos el pie. A veces siento que el pasado también es como un sueño que vivimos en una ciudad muy bien inventada, a la que por más lejos que nos vayamos, nunca podemos abandonar.