Yo creo que ayer se abrió
una brecha espacio/temporal en nuestra ventana de realidad –que es la
tele-, y no es una casualidad que haya sido la serie “El Ministerio del Tiempo”
de Javier y Pablo Olivares la que se ocupara de hacerlo.
No voy a pensar sólo en
los guiones, los personajes o la trama para no distraerme de que la llegada de “El
Ministerio…” es, antes que un éxito de la buena ejecución y el buen hacer (que
lo es, y mucho), una inyección de esperanza para un público que aguarda desde
hace años una señal de que otra ficción es posible.
Salvador Martí (personaje
interpretado por Jaime Blanch) remarca el lema del Ministerio: “El tiempo es el
que es”. Con esta definición él limita y delimita la idea de futuros probables. El tiempo aquí sería
algo parecido a una mancha de aceite que se extiende imparable. En sus orillas
está el presente y en su interior, el pasado. Dentro de él todo es posible y es
misión del Ministerio cuidar que “el tiempo que es” no cambie.
Me parece una paradoja muy
feliz que el lema de esta serie se convierta también en territorio de metáfora y
conflicto de lo que ha venido siendo la ficción televisiva española durante los
últimos diez años.
La ficción española del
Siglo XXI ha sido consistentemente conservadora. Ha subsistido aferrada a modelos
de éxito supuesto (basados en multitramas familiares y señoras de Cuenca) y ha
rechazado repetidamente los riesgos.
Aún cuando temáticamente abordara alguna que otra ficción especulativa o de género, la languidez de su interpretación, dirección o producción fueron matando cualquier iniciativa.
Esto viene sucediendo porque para los productores y muchos realizadores en activo, la ficción es la que es. Tiene pasado, tiene presente, pero difícilmente está dispuesta a tolerar futuros que no sean una extensión rigurosa de los parámetros con los que siempre ha trabajado.
Aún cuando temáticamente abordara alguna que otra ficción especulativa o de género, la languidez de su interpretación, dirección o producción fueron matando cualquier iniciativa.
Esto viene sucediendo porque para los productores y muchos realizadores en activo, la ficción es la que es. Tiene pasado, tiene presente, pero difícilmente está dispuesta a tolerar futuros que no sean una extensión rigurosa de los parámetros con los que siempre ha trabajado.
“El Ministerio del Tiempo”
bombardea desde el vamos esa noción determinista de que el futuro de la ficción es inalterable
y se propone un cambio radical. Se propone como evidencia de que no todo es más
de lo mismo. Y que es posible cambiar los parámetros creativos de aquí en
adelante.
En los últimos años la
gran apuesta de las nuevas ficciones estuvo colocada en el mejoramiento de
imagen, el desarrollo del tratamiento digital, interpretaciones correctas, y un
cuidado trabajo de ambientación (ya que la mayoría de las series son de época).
Esto produjo una sensación de avance de la industria, en lo superficial, en su brillo,
pero con un serio estancamiento en el plano narrativo.
Creo que “El Ministerio
del Tiempo” le da un gran uso a todo lo que en avance tecnológico ha ganado la
ficción en los últimos años, pero le introduce nuevos elementos. Para mí uno de
los más importantes es el emotivo. El personaje de Julián (Rodolfo Sancho), emociona.
Su conflicto emociona y le da a la serie una textura y una dimensión que yo no
he visto en ficciones de TV españolas de los últimos años.
Javier Olivares suele
contar que en la génesis de “El Ministerio…”, su hermano Pablo dijo “¿Por qué
hacer una serie de una época cuando se puede hacer una serie con todas las épocas?”.
Esto es también un desafío efectivo a la idea de que en ficción televisiva las
cosas son lo que son y nada más. En el mismo episodio se transita por
seis o siete tiempos distintos. Esto desacraliza la idea de una narrativa llana
porque el escenario cambia constantemente.
Obviamente que no es un
privilegio de los viajes en el tiempo y que todas las ficciones pueden cambiar
constantemente de tono, intensidad y paisaje sin cambiar de época, pero aquí los
saltos temporales vuelven esto más evidente, y se agradece. Porque nos hacen
pensar que hemos estado mucho tiempo sometidos a un tratamiento de
previsibilidad narrativa y a un ritmo soporífero de las historias, y que es
hora de acabarlo.
Hasta ayer las ficciones
españolas ofertaban al público con un esto es lo que hay y platos de
lentejas. “El Ministerio…” viene a cambiar esta dieta.
Hablé de lo emotivo y de
los cambios de época como parte de sacudones narrativos para el público. También
hay más cosas. Creo que en “El Ministerio del Tiempo” hay un diálogo muy
interesante con la cultura popular. Con el fútbol, los referentes cinematográficos
y televisivos, los actores, la tradición.
“Los Sopranos” fue una de
las primeras series que abundó en la práctica de nombrar referentes. No es algo
gratuito. Instala a la ficción que vemos en el territorio amplio de la cultura.
No se ofrece como un sistema cerrado sino como un sistema abierto, integrado.
Establecer diálogos con el pasado, la cultura y la realidad es una práctica
ausente en la TV española actual, porque no se ha conseguido ni con las TV
movies.
Ayer cuando una amiga,
Marina, correlacionaba a los hermanos Olivares con otras familias y clanes del
mundo audiovisual español estaba señalando que la tradición está presente y que
“El Ministerio…” es una forma de continuidad ante tradiciones caprichosamente
interrumpidas.
Yo tengo mi versión
particular de que la tradición de una gran televisión posible se quebró cuando terminó
la serie “Brigada Central” en 1989 y que probablemente sea esta brigada de
viajeros en el tiempo quienes puedan restituir parte del impulso perdido.
Porque “Brigada Central”
no sólo era una serie policial, sino una serie que dialogaba con la cultura de
su tiempo, con sus funcionarios y empresarios, con su historia, con la incorrección
política. Eran tiempos de ficciones no domesticadas que durante los años 80
llenaron las pantallas y que cuando se fueron, ya no volvieron. Hasta ayer.
Hace muy pocos días veía en
Youtube una entrevista a una gran actriz argentina, Bárbara Mujica, que decía
durante los 80 que le parecía muy bien que la gente recordara con tanto cariño
un ciclo de TV que ella protagonizó durante los 60, pero que no había que
quedarse con el recuerdo y que había que hacer una gran televisión en el
presente. Que eso no era un privilegio del pasado.
La televisión española no
ha transitado por un desierto entre 1990 y 2015, es cierto. Hay excepciones. Pero
en ella, durante esos años, se instalaron unos parámetros muy suavizados, amables, agradables, simpáticos,
bonachones y así me podría pasar horas para buscar sinónimos de que la televisión
quiso caer bien, ganar audiencia y no sacar los pies del plato. Todo muy
bonito, claro. Cada vez más. El tratamiento de color y la fotografía son muy
agradecidos y pueden tranquilizar los ojos tanto o más que los salvapantallas. Pero
así es como la tele se queda sin alma, sin emoción y sin desafío.
Hasta ayer.
“El Ministerio del Tiempo”
trajo de nuevo un atrevimiento y un desparpajo hiper necesario para todas las
ficciones. También desmesura, oxígeno, ganas, ilusión. Sus artífices, desde técnicos
hasta intérpretes, lo destilan en los making of, y eso es por algo.
Javier y Pablo Olivares
pusieron años de lectura antes de lanzar esta serie a las aguas. Fueron
espectadores y críticos de ficciones de todos los costados del mundo. En algún
momento fui testigo de eso.
Leer y ver de todo ayuda a
saber que la ficción propia no es una isla ni que se está condenado a una única
forma de hacer las cosas. La ficción televisiva -como el tiempo- quizás sea la que
es, pero se puede ser mucho más y se puede ser otra cosa. “El Ministerio del Tiempo”
se ha propuesto demostrarlo.
Yo, de verdad, espero que
el episodio de ayer no sea un oasis y se convierta en el disparador de muchos "puntos de giro" y muchos personajes potentes para un panorama de ficción en una España que se
merece innumerables ficciones tan cuidadas en su concepción y factura como “El
Ministerio del Tiempo”. Y que el trabajo de Pablo y Javier Olivares funde una
nueva época de la tele donde la gran tecnología sirva como soporte y ayude a
contar cada vez mejores historias.
Ese es el camino que se
abrió ayer y espero que ya nadie lo corte.