Tengo un
amigo que odia los remakes. Tiene muchas razones, bastante sólidas
todas, racionalmente hablando. Quizás la remake más inútil del
mundo haya sido la de Gus Van Sant con “Psycho”. No porque quisiera
rehacerla, sino porque su hipótesis de trabajo era que iba a copiar
plano por plano lo que había rodado Hitchcock.
Esas
prerrogativas de autor
se vuelven terribles a la hora de ponerse a crear, ya que quieren imprimir a una obra un estado de
experimentación que no renueva la experiencia. Y creo que todas las
obras están asociadas a una experiencia. Una experiencia que no
puede ser clonada, imitada, reproducida o camuflada.
Cada obra
es e
implica
una experiencia estética que se expande como una mancha a lo íntimo,
lo vital, lo político y lo social. Tenemos más o menos conciencia
(en lúcidos términos) de lo que abarca esa experiencia. Podríamos
encararla como un desglose forense y ver las partes y los cruces y los
puntos de contactos y las vecindades. Yo vivo una película como un
itinerario en el que voy del principio al fin de la historia y me
expongo a descubrimientos, sorpresas, y sus consecuentes entusiasmos o decepciones.
No sé el
resto del mundo, pero yo no puedo separar El
mago de Oz de la vez que mi
padre me llevó a verla al cine. Y no puedo desprender lo que fueron
las películas que vi con él en el que fue el último año que dependí de un adulto para ir al cine.
Ahí tuve Live and let die, de
James Bond; La aventura es la
aventura; Mi nombre es nadie; Scorpio…
Pongo esos
ejemplos pero tengo cientos más: Cómo entré a ver El
exorcista, o la cola que hice para ver La Guerra de las Galaxias cuando todavía nadie se imaginaba el éxito que sería.
En ese
sentido tendría que ponerme de acuerdo con mi amigo: la experiencia
única que se tiene frente a una obra original, difícilmente puede
ser recreada por una adaptación. Sin embargo, persistimos en
rescribir las obras que funcionaron antes. A veces tenemos suerte
con ellas, otras veces no.
Yo, por mi
lado, no me declaro un talibán anti remake como mi amigo. Creo que
las historias tienen más de una oportunidad. El teatro es una buena muestra de ello. Nadie piensa que un texto pueda agotar su existencia
en una buena, gran y mítica representación. Se puede argumentar que
en el teatro las experiencias y las puestas son únicas y varían su
interpretación del texto. La inmediatez del teatro avalaría
plenamente una hipótesis así, pero como justificación no alcanza.
Porque también cada película opera como instrumento de experiencia
única asociada a las condiciones en las que ha sido recibida. En
casa propia o ajena, en un gran cine o un cine club, o un cine al
aire libre, en un ordenador, un móvil y así. La película podría
ser la misma, lo mismo lo que narra, pero el entorno del espectador
es único. El cruce de circunstancias que le afectan, también. Es
imposible despegar una experiencia audiovisual de esa extraña
tensión entre
intimidad y entorno.
Una remake,
que a todos los efectos es una adaptación, nos desafía -más que a
intentar una nueva experiencia- a revisar nuestra memoria y a entrar
en combate con todo tipo de prejuicios.
Yo pienso
que sin duda alguna hay remakes mejores que las ficciones originales.
En cuanto a series, In
treatment refaccionada en HBO
es mucho mejor que Be tipul. La
experiencia de ver una u otra se ve constantemente asediada por
muchísimos factores. Mientras en In
treatment hay un trabajo sobre
el tiempo, el ritmo, la intensidad, el tono y el estilo, en la
original israelí hay una fuerte marca de producción que la acerca
al tono telenovelesco. El tono de los actores, el tono en que está
contada la historia, la luz y la puesta de cámara, son
diametralmente opuestos a los de la versión HBO. Sin embargo, la
historia y los episodios, son los mismos.
Esto pasó
(y pasa) también con Homeland
y Hatufim.
La primera es un thriller, la segunda un drama. El núcleo argumental
es similar. Los tres personajes de Hatufim
en Homeland sólo son dos. El eje
dramático de Hatufim está
puesto en la ficcionalización de la vuelta del prisionero de guerra, en las dificultades de reconstruir sus lazos familiares y de pareja, en su dificultad para la readaptación social. En Hatufim
tenemos en el margen de la
historia la presencia de la seguridad interior que espía a los
prisioneros retornados como una pantalla de fondo en la que el drama
social se coloca en un primer plano. Hatufim
actúa en algún punto como
instrumento catártico que se vale de los elementos del thriller como
un apunte para mantener y dirigir la tensión.
Homeland
apostó desde el comienzo por
invertir estas relaciones. La familia y los conflictos personales
quedan supeditados al tempo del thriller, el suspense y el misterio.
La experiencia Homeland es
incomparable con respecto a su original Hatufim,
que también adolece de una
factura telenovelera. Hay algo, o mucho, que hace que las condiciones
de producción intervengan en el resultado. En el tono y la imagen
del resultado, y eso varía la experiencia. El disfrute que puedo
registrar entre Homeland y
Hatufim
tiene que partir de esta diferencia diametral entre un producto y
otro. Comparar es un ejercicio inevitable; buscar refrendar el valor del original sobre
la copia, es un esfuerzo vano.
Entiendo
que en el ámbito de la creación se le ha dado a la originalidad la
categoría de un valor intrínseco. Una idea de inmanencia que se
termina entendiendo como si el poder de la matriz
no pudiera tener disputa alguna.
Creo que en
The killing se
intentó también jugar con variables. Ya todos los que somos
seguidores de las series tenemos visto Forbrydelsen,
con lo cual invariablemente sabemos quién es el asesino. Para romper
esta previsibilidad, en The
killing se nos propone otro
asesino. Este cambio impacta sin duda en la experiencia.
La
experiencia en una historia de asesinato suele ser invariablemente la
misma, más o menos desde Twin
Peaks, y es la búsqueda
incesante por parte del público para saber quién ha cometido el
crimen.
Los adaptadores entendieron, creo que de forma muy acertada,
que The killing sólo
podría adquirir un valor frente a su matriz si proponía otro
asesino. Ese fue el acierto. El desacierto fue convertir y estirar
una historia que se contó en 20 episodios en 26. Esto obliga a
ampliar y multiplicar las ramificaciones de la trama. ¿Favorece esto
el tono? No estoy seguro. Sí está claro que el peso de la
imaginería americana en The
killing y una mayor
estetización del ambiente oscuro que se veía en el Copenhague de
Forbrydelsen, se
vuelven muy atractivos con respecto al original. La adaptación con
más medios y más producción, sin implicar mejoramiento, influye en
el impacto visual para el público. Imagen y distribución. Dos
elementos en los que la copia supera a la matriz. Conozco mucha gente
que no se le anima al original de The
killing, pero eso ya podría
abrir un debate casi antropológico que aquí y ahora no toca.
Pienso
entonces en The bridge.
El mecanismo de duplicar la producción, esfuerzos, imaginería y
distribución con respecto al original Broen,
es algo hasta esperable. En una pre-crítica que salió en Quinta
temporada de El País, se habla, elogiosamente, de que The
Bridge parecía mantener
muchas de las pautas del original. Yo sinceramente no sé cómo van a
resolver la nueva versión. Habiendo visto sólo el primer episodio,
tengo indicios y preguntas.
Las
preguntas son para mí más fuertes que los indicios:
¿Cómo se
cuenta una frontera México-EEUU, una frontera de 400 millones de
personas ante la frontera de Dinamarca-Suecia, que separa sólo a 14
millones?
Las
fronteras europeas, entre europeos, y sobre todo entre dos países
nórdicos, son casi una seda y ellos casi hablan un mismo idioma.
¿Cómo se reconvierte esa baja tensión en la máxima tensión de la
frontera del Río Grande? Yo soy de la idea, inequívoca, que el
paisaje (y el contexto) condiciona la historia en tono y en
intensidad. No se puede narrar algo parecido. Aspirar a una refacción
del original sueco-danés, o a mantener el tono, es como querer poner
a bailar un vals vienés a los cubanos y querer convencernos que no hay filtro de por medio.
Sigo con esta idea (y procuraré no hacer ni medio spoiler): Broen,
al final del camino, es la narración del juego mental que propone un
asesino sobre uno de los personajes de la historia. Aún en el
original esta resolución de trama me pareció desproporcionada. O me
pareció desproporcionado el esfuerzo de este asesino para probar su
tesis y llegar a impactar sobre su víctima. Pensé todo el tiempo
que el camino que se había propuesto podría haber sido mucho más
corto y haber llegado al mismo sitio. Pero eso no hubiera favorecido
el desarrollo de Broen como
serie. Puedo
compensar esta resolución de la trama con la idea, a la que ya me
referí antes, de que entre Suecia y Dinamarca esa frontera y ese
puente son una anécdota. La frontera de The
bridge está regada de
cadáveres más flagrantes que la de Broen.
Cadáveres de la desesperación, del tráfico, de la ilusión, de la
traición. La frontera de The
Bridge oscila entre el drama y
la tragedia. Y es una frontera fuertemente social. La de Broen
corresponde a los juegos de la mente y en ese sentido se compensa,
ideológica y temáticamente.
Pero en The
bridge la cosa se multiplica
porque la ciudad de la frontera es Ciudad Juárez, donde miles de
mujeres han sido asesinadas durante los últimos años sin que se
sepa ni quién ni por qué las ha matado.
Cualquier
muerto de esa historia que rodea The
bridge tiene más background y
más raíz que el cadáver que encuentran justo en la línea de
frontera.
Yo entiendo
que siguiendo la línea de The
killing, The
bridge puede imprimir un giro
en su adaptación pero ¿con qué profundidad? Y eso, por supuesto,
si lo hacen.
Creo que el
arte de la adaptación es una fracción más del arte en general. Que
desde el día en que nos proponemos reinterpretar una historia nos
sometemos a leyes que no pueden ser caprichosas. La libertad de
creación es un argumento que se puede esgrimir, pero toda historia
implica una responsabilidad interna. Si acepto rehacer un argumento
ajeno, me toca entender y hacerme cargo de todas las coordenadas que
varían a partir de que el argumento cae en mis manos. Yo creo que el
verdadero arte rechaza la reproducción mecánica o la reproducción
sin motivo y sin fondo.
En un
tiempo de muchas adaptaciones (porque el mercado de las series se
encuentra vital por demás y necesita todo el tiempo de nuevos
argumentos), hay que renovar las pautas de mirada. Mirar es un
disfrute al que le influyen ciertas reglas. Mirar es un ejercicio
vivo y que nos pide algo más que acudir a fórmulas. Necesitamos
saber por qué le damos nuestra cuota de suspensión de la
incredulidad a una ficción o a otra. Y ese saber es un ejercicio que
podemos realizar de la misma manera que aprendemos cualquier otra
cosa.
Cuestionando lo que se nos da y no darlo todo por sentado,
sería una manera de abordarlo.
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