sábado, 14 de mayo de 2011

A propósito de la muerte de Carlos Trillo

Soy un nostálgico moderado. Quizás por eso la muerte de Trillo tomó unos días más en hacerme algún efecto. Este por ejemplo.
A Trillo lo conocí antes de las historietas. Lo leí por primera vez en 1973, en Satiricón. Escribía en dupla con Alejandro Dolina, que se combinaba con otras duplas que eran Guinzburg y Abrevaya, Mactas y Ulanovsky. Los textos que escribía en colaboración son antológicos. Cuando en una época escribíamos con mi amigo Mauricio Bustos para Del Plata Especial, época de la radio bajo la dirección de Lalo Mir, tratábamos de aprender el estilo, de copiar formulaciones, de plagiar lo que fuera posible. Si hoy se recopilaran estos textos, funcionarían totalmente porque los escribieron fuera de época. Después lo reencontré en la revista Skorpio, con la historieta Alvar Mayor, cuando introdujeron el color en una parte de las páginas y él simultáneamente creaba una de sus obras clave en el diario Clarín: El Loco Chávez. Después lo volví a encontrar con Las puertitas del señor López. Todas estas obras se escribieron durante la dictadura y acompañaron el día a día, o el mes a mes. No eran obras de culto como son hoy los comics. Era cultura accesible, al alcance de cualquiera y cualquiera podría decir de qué se trataba.
Creo que hoy evocar a Trillo es pensar en dos cosas: una, es una queja: se nos fue un autor; dos, una pregunta: ¿dónde están los autores? No digo que no los haya, pero me parece que hay una pérdida de cierto modelo autoral.
Cuando la dictadura ya estaba en sus últimos estertores, Trillo dio una entrevista a Superhumor (creo) en la que decía que la historieta era como hacer películas pero más barato. Enfocaba entonces un problema nodal de la cultura argentina: la escasez o ausencia de medios para hacer ficción. Filmar era caro en Argentina y en cualquier parte, pero sobre todo en un país con industria audiovisual decreciente, lo era más todavía.
Trillo apuntaba también al hecho de que el dibujo era un medio incomparablemente más barato y más efectivo para divulgar contenidos, tanto en costo como en tiempos. Podías producir muchas historietas antes de que se pudieran arbitrar los medios para una sola película. O serie.
Y así y todo, Trillo tuvo ambas: una serie muy fallida sobre El Loco Chávez y una película muy poco satisfactoria sobre Las puertitas del señor López. Y luego hubo también una versión de Cybersix, que tampoco cuajó. Pero precisamente era en esos fallos donde se confirmaba lo que Trillo decía. La falta de efectividad de los formatos, que es también el fracaso de los traductores de esos formatos. En los guiones por un lado; en la calidad de la factura por el otro; pero también porque el dibujo de Altuna, sobre todo las mujeres que creaba y que eran para todos los efectos provocativas y al volverlas reales algo se perdía. No había encanto. Y si también se piensa cuál era el semillero de actrices en esos tiempos, era difícil encontrar quién diera el papel. El modelo femenino estaba más cerca del mundo de la revista y de estilos chabacanos, ya que ese era el modelo de lo popular en lo audiovisual. Pampita de El Loco Chávez fue Adriana Salgueiro, a quien nadie le podía negar su belleza, pero no tenía ese punto tierno y neorrealista del personaje. Quien la conoce sabe que es tosca y chillona, y no puede evocar nada. Lo que está ahí es lo que hay, y punto.
De ahí en más, ya bien entrados los ochenta y vueltos a la democracia, Trillo se fue alejando más del público. No creo que fuera por su voluntad sino porque el mercado editorial y el propio público sufrieron cambios muy grandes. La revista Fierro, también de Ediciones de la Urraca como lo fue su predecesora Superhumor, se convirtió en una transición. Fue quizás el canto del cisne de lo que fue la historieta más clásica y a la vez la puerta de entrada de dos fenómenos: uno, la historieta llamada de adultos, de contenido erótico; dos, la historieta de culto, que es la que hoy define el mercado editorial y el precio de las obras. El producto se encareció porque empezaron a ser objetos suntuarios. No creo que eso le haya hecho peor a la historieta, pero no mejoró su situación. A Trillo, como a muchos creadores argentinos se les abrió el mercado mundial y ese mercado estaba definido por el tipo de producto y guión que pedían las editoriales.
De estos nuevos tiempos surgen obras. Y remarco la palabra "obra". Se creó una forma de reclusión social en la cual el presente y devenir de la historieta se fue alejando de los kioscos para meterse en negocios especializados. Yo creo que ese cambio tiene que haber afectado a los contenidos y la forma de la escritura. No se puede salir indemne de un proceso así.
Lo que hoy se entiende como producto típico de la industria de la historieta (o comic si se usa la categoría mundial) es una obra artística, reclusiva, más cercana al museo que al kiosco. Y la paradoja es que en países centrales como EEUU, Gran Bretaña o Francia crecieron los "autores", al estilo de lo que fueron aquí un Oesterheld o un Trillo, mientras en Argentina ese impulso se fue apagando. Cuando hablamos de autores y obras, tenemos poco que decir desde después del 85 en adelante.
Desde sus últimas obras con Altuna y a partir de Clara de noche, Trillo pasó a publicar en otros ámbitos que se volvieron distantes. Esto no es desmerecer su talento, que era enorme, sino que algo se interpuso entre el diálogo de autor y auditorio. Como si a pesar de seguir publicando se hubiera retirado a alguna isla perdida.
Quizás el último autor popular en el sentido de su llegada fue el Negro Fontanarrosa. Con sus libros de cuentos como variable, frente a sus producciones gráficas como fueron Inodoro Pereyra, Boogie el aceitoso, o el chiste de contratapa de Clarín se ganó un lugar en la memoria presente.
Y Trillo también siguió publicando durante muchos años en la misma contratapa. Tenía la primera tira en sus manos. Fue El Negro Blanco, El Nene Montanaro, pero no volvió a ser El Loco Chávez, nunca.
Me quejo de perder un autor grande. Me quejo al mismo tiempo de perder a un autor que fue popular y que dejó de serlo. Y me niego a que los autores populares, cuando están y aparecen, y dan lo mejor de sí y crean mundos únicos, terminen en una suerte de exilio consentido o sin sentido. Me quejo de que la muerte los arranque, a gente como a Trillo o al Negro Fontanarrosa, como también me quejo y me duele esa distancia que se va tendiendo entre nosotros y los grandes creadores que supimos conseguir. Una sensación de pérdida sin restitución, porque no se ve aparecer en el horizonte a quien compense estas faltas. Hoy me siento más preparado y sin elegirlo para despedidas que para bienvenidas. Y no me gusta nada.