jueves, 20 de febrero de 2014

El año en que Don Draper fue francés


Para los fans de Mad men (2007) quizás la frase que voy a citar no sea novedosa. Creo que todos le prestamos atención al momento en que Don Draper, en el primer episodio de la serie, se la soltó a la hija del dueño de una de las más exitosas tiendas de Nueva York. Yo, al menos en el mismo momento de oírla, tuve la sensación de que allí estaba ocurriendo algo especial:
"Lo que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias. Naces solo y mueres solo, y este mundo te tira un montón de reglas encima para que te olvides de esto. Pero yo nunca me olvido. Vivo como si no fuera a haber un mañana, porque no lo hay"
Esto me produjo una sensación fascinada, pero ambigua. Lo que me fascinó fue que por primera vez en una serie, se expresaba una idea tan filosófica. Lo ambiguo, en términos narrativos, era que un personaje fuera tan autoconsciente de sí mismo en 1960 en EEUU y con un concepto tan "posmoderno". Y que de repente un personaje expresara una idea así, impactaba. Aunque para compensar tal atrevimiento, su autor, Matthew Weiner, se permitió incluir un componente pragmático que le diera un toque más americano a ese pensamiento: "...fue inventado para vender medias".
Hoy cuando en una serie nueva como True detective, encontramos que uno de sus protagonistas, el Rust Cohle interpretado por Matthew McConaughey, ha hecho de la reflexión filosófica a ultranza su marca de personaje, nos podemos hasta preguntar dónde comenzó todo esto.

Yo creo que una señal importante sobre cómo introducir una cierta perspectiva crítica dentro de un formato de ficción popular, ya había sido ensayado por The Sopranos, (donde Weiner también escribió).
Allí en distintos momentos se permitió que el argumento fuera permeable a reflexiones con respecto al género “películas sobre la mafia”. Ese ejercicio de trabajo con el género ocurrió mayormente dentro de la propia ficción, pero no impidió que los personajes fueran capaces de soltar pensamientos de corte crítico, más propio de especialistas que de matones.
Aunque los mafiosos que disertan sobre la cultura popular ya habían sido avanzados por Tarantino tanto en Reservoir dogs como en Pulp fiction, o en otras películas con guiones suyos como Natural born killers de Oliver Stone y True romance de Tony Scott. Más allá de cualquier consideración específica, lo que estas ficciones nos decían era que los criminales también leían comics, y miraban sitcoms y películas de género.
De todas maneras, Tarantino no era una rareza en aquellos años, sino una evidencia de un cierto clima cultural.

La cinefilia fue uno de los vértices y subtextos más consistentes de la década de los 90, ya que muchos directores y guionistas buscaron echar una mirada al cine clásico y a las referencias. Se pusieron a diseccionar la cultura como parte de su trabajo creativo y ofrecieron, como parte de sus experimentos, un puñado de ficciones que bebían de los tropos y hasta de los tópicos de la cultura popular. Los traducían a su manera y al mismo tiempo se permitían hablar de ellos dentro de la ficción.
Esa actitud marcó un cierto zeitgeist de los 90 y, esos directores de entonces , consiguieron que toda una generación contemporánea y naciente se plegara a estos ejercicios. Ese tarantinismo lo marcó todo. Y como suele suceder con estas oleadas de estilo, se puede pasar (y se pasa) del furor al hartazgo, a la depresión, a la disolución y, finalmente, a la nada.

Estoy convencido de que este momento cultural tuvo sus antecedentes por dos vías.
Una vía fue a través de la crítica y, la otra, a través de los cambios tecnológicos. Los años 80 estuvieron marcados por dos novedades muy importantes: el VHS y el cable. Ambos soportes fueron un boom para los contenidos al nivel que lo fue más tarde el DVD e Internet. Tanto el video como el cable permitieron acceder a una gran cantidad de contenidos a nivel popular que hasta entonces eran solo privilegio de cineclubes o de gente muy instalada en la industria.
De repente una cantidad indecible de clásicos estuvieron a disposición para ser vistos sin ningún problema. 
OK, había que alquilar una película o pagar la cuota del cable y que se programara, pero en aquellos años fue una forma de revolución cultural. Ya no tenías que leer sobre las películas lo que otros te contaban en algún libro: ahora podías verlas.

Hoy, a 20 años de aquella época cinéfila, se nos puede volver difusa la idea de qué papel cumplió este experimento cultural. Un experimento, creo yo, triunfante porque aún luego de su momento más glorioso, quedó impregnado en la cultura americana. Y este punto de posmodernidad integrada en la ficción se manifestó claramente en The Sopranos, pero también en The X Files, en Six feet under, y en series aún más de culto (hoy) como Gilmore girls o Veronica Mars. Casi podríamos decir que en gran parte el arranque de la nueva época dorada de las series estuvo fundada -todavía- por ese impulso cinéfilo de los 90.

Por eso el día en que Don Draper hizo su declaración pos-estructuralista sobre el amor, nos puso frente a frente con una gran paradoja: la de que un personaje, publicista de éxito, neoyorquino, tuviera este cuño de pensamiento crítico (y existencialista) de forma casi contemporánea al pensamiento crítico francés. 
Más aún si tomamos en cuenta que Don Draper no era un intelectual, no era alguien que hubiera salido de la universidad. Era apenas un advenedizo infiltrado en círculos de una clase más alta que la suya, al estilo del Bel ami de Maupassant.

Vista desde esa perspectiva, la presencia de esa frase en la serie (desde el punto de vista de la verosimilitud), resulta más antinatural que cualquier comentario que un criminal italoamericano pudiera realizar sobre el género de las películas de mafia. 
Sin embargo, en diálogo directo con un espectador de 2014, esa misma frase nos confiere la idea de que detrás de esa afirmación hay un camino recorrido por la ficción y un camino posible para recorrer a través de ciertos personajes.
Esa afirmación tampoco era ajena a una manera afrancesada de contar las cosas en tanto y en cuanto la primera temporada de Mad men, pudo ser vista como una novela romántica del S XIX pero aplicada a 1960. Un romanticismo enfocado al retrato social, donde el naturalismo no se entendía ya como una forma de representación sino como estilo literario.
En Mad men estaban presentes Bel ami y Madame Bovary. Referentes ambos para hombres y mujeres, respectivamente. Todo pintado en un tono en general oscuro, con una mirada sobre el consumo de tabaco y alcohol, y sobre las formas de relacionarse las parejas en medio de un mundo machista y racista al que la serie recoloca en su justa perspectiva. En ese marco literariamente francés Don Draper era un personaje doblemente extraño y su reflexión (quizás vagamente contagiada por su amante beatnik), parecía remarcar esta sensación suya de ser un outsider y un acomplejado metafísico. 
Sin embargo, en temporadas posteriores este marco cambió por otro más reconocible, más típicamente americano.
Me imagino que esa fue la reacción obvia ante el éxito de público que vivió la serie. Para crecer tendrían que bajar los niveles de humo y nicotina, la cantidad de tragos, ganar más luz y hacer algo menos incisiva la crítica de costumbres. En pocas palabras, apostar más por el trabajo de trama, con menos divagaciones filosóficas y más pragmatismo. Algo que, de cualquier manera, es un rasgo más sencillo de encontrar en el mundo de la publicidad americana.
Así y todo, Mad men sólo ha variado el tono y la intensidad. Eligió concentrarse en el conflicto de las cosmovisiones masculinas y femeninas, que es lo que define su esencia, y en ello sigue. No lo único, por supuesto. Y a mí me gusta ver esta evolución en un sitio que es el que me permite observar cómo cambia una cultura en tiempo presente y cómo se abre a otras posibilidades.
Si hoy miramos cómo True Detective vuelve a poner sobre el tapete el discurso cínico / filosófico, podemos entender en gran parte de dónde viene eso. Que no es una anomalía y que no ha salido de la nada. Subyace, seguramente en ese comentario de Don Draper, en un momento no tan lejano cuando se tomó el atrevimiento de adelantarse a su tiempo y volverse "francés".



jueves, 13 de febrero de 2014

In the flesh: el guionista y sus referencias

Este post lo escribo para que no pase de largo una de las más interesantes "pequeñas" ficciones de la TV durante 2013.
Primero, para decir que su autor, Dominic Mitchell, es un graduado del BBC Writersroom (el cual oficia de cantera -no exclusiva- para los guionistas de las futuras series inglesas). A Mitchell le encomendaron una serie y él optó por una de zombies.
Habría que imaginarse el momento del pitching, ya que la ficción de los últimos años está plagada de muertos vivientes y, en el mundo de las series, está el referente de The walking dead, muy difícil de batir.
Mitchell habla en una entrevista sobre las referencias que tomó para escribir In the flesh. Esto es muy importante, ya que un trabajo fundamental del guionista es el que realiza sobre sus referencias.
Están las que se realizan a conciencia y las que surgen sin siquiera pensarlo. Pero este trabajo en su aspecto consciente es esencial. ¿Por qué?
Porque al hurgar en tus referentes para escribir un guión para una ficción nueva aparecen los desafíos prácticos. Quieres ser original y no quieres repetir viejas fórmulas. Pero en la memoria está la persistencia de todo lo que admiras, te ha penetrado honestamente durante décadas y es imposible que a la hora de crear una nueva ficción no se manifieste.
Este trabajo de elaboración sobre las referencias e influencias no es un tema menor. Es un proceso autoral sumamente maduro en el que el creador establece diálogos con un material antiguo o clásico, oculto u olvidado, y como resultado de ese trabajo alcanza una fórmula nueva.
En "In the flesh", a primera vista, está el universo zombie (muy de moda) y el éxito de "The walking dead"operando como referente (y como amenaza). ¿Cómo conseguir entonces la tan mentada vuelta de tuerca para que en tu guión pase algo diferente?

Mitchell nombra dos referencias que para él son las más cercanas a su proyecto: una película de los 70, "Dead of night", donde un veterano de Vietnam regresa convertido en zombi como respuesta a las plegarias de su madre, y "Pet Semátary" ("Cementerio de animales") de Stephen Kiing, donde los dueños de mascotas no se resignan a perder a sus animales más queridos, pero lo que regresa con "vida" no es lo que ellos alguna vez quisieron.
Pero la verdadera potencia de los dos referentes que cita Mitchell está en una matriz decisiva para que existan estas ficciones (y que al menos Stephen King la reconoce): el cuento "La pata de mono" de W.W. Jacobs.
En ese cuento unos padres piden tres deseos a una pata de mono. El primero es dinero, y lo reciben casi de inmediato... en la forma de una indemnización porque su hijo ha muerto atrapado en las maquinarias de la fábrica donde trabajaba. El segundo deseo, ante el dolor, piden que el hijo vuelva a vivir y el deseo se está cumpliendo. El hijo vuelve a casa. Pero el padre se da cuenta de que el hijo que está regresando será el amasijo sanguinolento que sacaron de los engranajes de la máquina que lo mató. El tercer deseo es... lean el cuento.

Así es que el gran reclamo del guión de In the flesh, más que en la idea de narrar otra historia "más" de zombies, está focalizada en narrar el fuerte deseo de las familias de que sus seres queridos (fallecidos) vuelvan a casa. Pero por supuesto no vuelven tal y como les gustaría recordarlos.
Este choque entre el "deseo" y lo que es en sí la realidad es el que proyecta en la historia toda su tensión dramática. Sin esa matriz que está en una familia que anhela el retorno de sus muertos, nada de esta historia funcionaría. Todo lo demás podría enriquecer el relato, pero es anecdótico.
El deseo está en todas las familias que han perdido a alguien. Lo está en la propia familia del protagonista, pero lo está todavía más en la familia del hombre a quien ama el protagonista y que ha muerto en Afghanistán. El padre de esa otra familia es el líder de los exterminadores de zombies. El que más los ve como una aberración. Y, sin embargo, su hijo muerto, también retorna. Él es quien menos puede ocultar esta realidad contra la que lucha y, sin embargo, la niega.

En la escritura, buena y orgánica escritura, todas las decisiones implican consecuencias directas.
Si Dominic Mitchell quiere su versión de "La pata de mono" con zombis, necesita un mundo de referencia en el cual existan familias que esperen ansiosamente la vuelta de sus hijos perdidos. El marco será una guerra civil de los vivos contra los muertos, pero sobre todo de los sectores más regresivos de la sociedad contra los muertos.
Mitchell ha echado un ojos sobre los últimos conflictos europeos donde las sociedades se dividen y se matan entre sí. Para los ingleses está el conflicto con Irlanda, pero la proyección más acabada de los conflictos nacionalistas son las guerras yugoeslavas. Serbios contra bosnios, croatas contra bosnios y viceversa. Serbios contra albanokosovares. En esas guerras (y posguerras) la idea de la aniquilación del enemigo estaban a la orden del día. El paisaje de In the flesh parece el de este tipo de posguerras yugoeslavas, de pueblos pequeños, de vecinos matándose entre sí.
In the flesh propone una mirada muy madura y crítica sobre el mundo en el que hoy vivimos, y también sobre el que podríamos vivir.

In the flesh es un guión que a todas luces presenta una inversión de los supuestos de otras series. El heroísmo posapocalíptico de The Walking dead, o de Falling Skies, donde los resistentes son eminentemente nobles e inocentes y si se transforman en brutales asesinos es porque se ven obligados a matar o morir. Aún cuando cometan crímenes, no quedan manchados porque está todo justificado por la actitud del enemigo. Es, en gran parte, la lógica del western. Una lógica que resucita en los últimos años con la idea de las guerras justas.
Falso sería decir que viene desde después del 11 de septiembre. Viene desde mucho antes, pero la ficción estadounidense lo ha integrado a su punto de vista narrativo.
La escritura de In the flesh presenta un mundo más complejo donde todas las decisiones y actitudes son realmente insatisfactorias. Entendemos del sufrimiento de los otros, cualquiera sea el lado en el que lo están sufriendo. Y, al final, es esto lo que nos cuenta.
Pero en lugar de partir de este mundo y adjuntarle una anécdota que simplemente justifique la ficción que se va a narrar, Dominic Mitchell elige su matriz en un cuento "clásico"  y es ese cuento clásico el que le va a dar todo el sustento a la creación.

Lejos de los fantasmas de plagios o copias, un buen trabajo sobre el universo de referencias es clave para un guionista. Ese trabajo es el que permitirá crear nuevas historias ajustadas con los tiempos actuales. Sin esa labor que presupone un ejercicio de investigación y crítica, es difícil que se consigan ideas originales de verdad.
La inspiración es parte del trabajo, pero hace falta desarrollarla y elaborarla para encontrar los mejores resultados.

miércoles, 12 de febrero de 2014

¿Adónde puede llegar Amazon Studios?


En las últimas semanas Amazon ha lanzado varios pilotos con el fin de probar si se convertirán en series. Cinco proyectos para adultos y más o menos la misma cantidad para niños. Todos compiten en popularidad en las páginas de la compañía para ver si continúan su vida narrativa o no.

Entre ellas están: 

The After, creada, dirigida y escrita por Chris Carter




Pueden verla en: http://amzn.to/1gqEqMR

Mozart in the jungle: creada y producida por American Zoetrope, con Roman Coppola como productor ejecutivo, y protagonizada por Gael García Bernal, Malcolm McDowell y Saffron Burrows.




Pueden verla en: http://amzn.to/1g7CAkx

Bosch: Un detective de Los Angeles basado en las novelas de Michael Connelly. Protagonizado por Titus Welliver




Pueden verla en: http://amzn.to/1aVf5LG

Si quieren ver todo lo que está incluido en el proyecto, vayan a: http://studios.amazon.com/

True Detective: un genial plano secuencia







Yo soy de los que estaba en un compás de tensa espera con True detective. No sabía hasta qué punto me gustaba y hasta dónde no. Pero a partir de este episodio cuatro me cambió la perspectiva.

Soy "adrenalínico", qué le voy a hacer. Necesitaba esto. Todo el episodio me tuvo bien metido en el bolsillo y el final mucho más. Esa forma de rodar "como si" fuera un documental y se estuviera en medio de una zona de guerra, me compró y me dio lo que esperaba.

Aquí está el clip con el planazo secuencia que se marcaron. Y conste que de aquí me interesa la intensidad que tiene, que no afloja.

Atención que puede ser spoiler, depende para quién.