Para
los fans de Mad
men
(2007) quizás
la frase que voy a citar no sea novedosa. Creo que todos le prestamos
atención al momento en que Don Draper, en el primer episodio de la
serie, se la soltó a la hija del dueño de una de las más exitosas
tiendas de Nueva York. Yo, al menos en el mismo momento de oírla,
tuve la sensación de que allí estaba ocurriendo algo especial:
"Lo
que llamas amor fue inventado por tipos como yo para vender medias.
Naces solo y mueres solo, y este mundo te tira un montón de reglas
encima para que te olvides de esto. Pero yo nunca me olvido. Vivo
como si no fuera a haber un mañana, porque no lo hay"
Esto
me produjo una sensación fascinada, pero ambigua. Lo que me fascinó
fue que por primera vez en una serie, se expresaba una idea tan
filosófica.
Lo
ambiguo, en términos narrativos, era que un personaje fuera tan
autoconsciente de sí mismo en 1960 en EEUU y con un concepto tan
"posmoderno". Y que de repente un personaje expresara una
idea así, impactaba. Aunque para compensar tal atrevimiento, su
autor, Matthew
Weiner,
se permitió incluir un componente pragmático que le diera un toque
más americano a ese pensamiento: "...fue
inventado para vender medias".
Hoy
cuando en una serie nueva como True detective, encontramos
que uno de sus protagonistas, el Rust Cohle interpretado por Matthew McConaughey, ha hecho de la reflexión filosófica a ultranza su
marca de personaje, nos podemos hasta preguntar dónde comenzó todo
esto.
Yo
creo que una señal importante sobre cómo introducir una cierta
perspectiva crítica dentro de un formato de ficción popular, ya
había sido ensayado por The
Sopranos,
(donde
Weiner también escribió).
Allí
en distintos momentos se permitió que el argumento fuera permeable a
reflexiones con respecto al género “películas sobre la mafia”.
Ese ejercicio de trabajo con el género ocurrió mayormente dentro de
la propia ficción, pero no impidió que los personajes fueran
capaces de soltar pensamientos de corte crítico, más propio de
especialistas que de matones.
Aunque los mafiosos que disertan sobre la cultura popular ya habían sido
avanzados por Tarantino
tanto en Reservoir dogs como en Pulp
fiction,
o
en otras películas con guiones suyos como Natural
born killers
de
Oliver
Stone
y True
romance
de
Tony
Scott.
Más
allá de cualquier consideración específica, lo que estas
ficciones nos decían era que los criminales también leían comics,
y miraban sitcoms y películas de género.
De
todas maneras, Tarantino no era una rareza en aquellos años, sino
una evidencia de un cierto clima cultural.
La
cinefilia fue uno de los vértices y subtextos más consistentes de
la década de los 90, ya que muchos directores y guionistas buscaron
echar una mirada al cine clásico y a las referencias. Se pusieron a
diseccionar la cultura como parte de su trabajo creativo y
ofrecieron, como parte de sus experimentos, un puñado de ficciones
que bebían de los tropos y hasta de los tópicos de la cultura
popular. Los traducían a su manera y al mismo tiempo se permitían
hablar de ellos dentro de la ficción.
Esa
actitud marcó un cierto zeitgeist
de
los 90 y, esos directores de entonces , consiguieron
que toda una generación contemporánea y naciente se plegara a estos
ejercicios. Ese tarantinismo lo
marcó todo. Y como suele suceder con estas oleadas de estilo, se
puede pasar (y se pasa) del furor al hartazgo, a la depresión, a la
disolución y, finalmente, a la
nada.
Estoy
convencido de que este momento cultural tuvo sus antecedentes por
dos vías.
Una
vía fue a través de la crítica y, la otra, a través de los cambios
tecnológicos. Los años 80 estuvieron marcados por dos novedades muy
importantes: el VHS y el cable. Ambos soportes fueron un boom para
los contenidos al nivel que lo fue más tarde el DVD e Internet.
Tanto el video como el cable permitieron acceder a una gran cantidad
de contenidos a nivel popular que hasta entonces eran solo privilegio
de cineclubes o de gente muy instalada en la industria.
De
repente una cantidad indecible de clásicos estuvieron a disposición
para ser vistos sin ningún problema.
OK, había que alquilar una película o pagar la cuota del cable y que se programara, pero en aquellos años fue una forma de revolución cultural. Ya no tenías que leer sobre las películas lo que otros te contaban en algún libro: ahora podías verlas.
OK, había que alquilar una película o pagar la cuota del cable y que se programara, pero en aquellos años fue una forma de revolución cultural. Ya no tenías que leer sobre las películas lo que otros te contaban en algún libro: ahora podías verlas.
Hoy,
a 20 años de aquella época
cinéfila,
se nos puede volver difusa la idea de qué papel cumplió este
experimento cultural. Un experimento, creo yo, triunfante porque aún
luego de su momento más glorioso, quedó impregnado en la cultura
americana. Y este punto de posmodernidad integrada en la
ficción se manifestó claramente en The
Sopranos, pero
también en The X Files, en
Six
feet under,
y
en series aún más de culto (hoy) como Gilmore
girls
o
Veronica
Mars.
Casi
podríamos decir que en gran parte el arranque de la nueva época
dorada de
las series estuvo fundada -todavía- por ese impulso cinéfilo
de
los 90.
Por eso el día en que Don Draper hizo su declaración pos-estructuralista sobre el amor, nos puso frente a frente con una gran paradoja: la de que un personaje, publicista de éxito, neoyorquino, tuviera este cuño de pensamiento crítico (y existencialista) de forma casi contemporánea al pensamiento crítico francés.
Más aún si tomamos en cuenta que Don Draper no era un intelectual, no era alguien que hubiera salido de la universidad. Era apenas un advenedizo infiltrado en círculos de una clase más alta que la suya, al estilo del Bel ami de Maupassant.
Vista desde esa perspectiva, la
presencia de esa frase en la serie (desde el punto de vista de la verosimilitud),
resulta más antinatural que
cualquier comentario que un criminal italoamericano pudiera realizar sobre el género
de las películas de mafia.
Sin embargo, en diálogo directo con un espectador de 2014, esa misma frase nos confiere la idea de que detrás de esa afirmación hay un camino recorrido por la ficción y un camino posible para recorrer a través de ciertos personajes.
Sin embargo, en diálogo directo con un espectador de 2014, esa misma frase nos confiere la idea de que detrás de esa afirmación hay un camino recorrido por la ficción y un camino posible para recorrer a través de ciertos personajes.
Esa
afirmación tampoco era ajena a una manera afrancesada
de
contar las cosas en tanto y en cuanto la primera
temporada de Mad men, pudo ser vista como una novela romántica del S
XIX pero aplicada a 1960. Un romanticismo enfocado al retrato social,
donde el naturalismo no se entendía ya como una forma de
representación sino como estilo
literario.
En
Mad men estaban presentes Bel ami y
Madame Bovary.
Referentes ambos para hombres y mujeres, respectivamente. Todo pintado en un tono en general oscuro, con una mirada sobre el consumo de tabaco y alcohol, y sobre las formas de
relacionarse las parejas en medio de un mundo machista y racista al que
la serie recoloca en su justa perspectiva. En ese marco literariamente francés
Don
Draper era un personaje doblemente extraño y su reflexión (quizás
vagamente contagiada por su amante beatnik), parecía remarcar esta
sensación suya de ser un outsider y
un acomplejado metafísico.
Sin embargo, en temporadas posteriores este marco cambió por otro más reconocible, más típicamente americano.
Sin embargo, en temporadas posteriores este marco cambió por otro más reconocible, más típicamente americano.
Me
imagino que esa fue la reacción obvia ante el éxito de público que
vivió la serie. Para crecer tendrían que bajar los niveles de humo y nicotina, la cantidad de tragos, ganar más luz y hacer algo menos
incisiva la crítica de costumbres. En pocas palabras, apostar más
por el trabajo de trama, con menos
divagaciones filosóficas y más pragmatismo. Algo que, de cualquier
manera, es un rasgo más sencillo de encontrar en el mundo de la
publicidad americana.
Así
y todo, Mad
men sólo
ha variado el tono y la intensidad. Eligió concentrarse en el
conflicto de las cosmovisiones masculinas y femeninas, que es lo que
define su esencia, y en ello sigue. No lo único, por supuesto. Y a mí me gusta ver
esta evolución en un sitio que es el que me permite observar cómo cambia
una cultura en tiempo presente y cómo se abre a otras posibilidades.
Si
hoy miramos cómo True
Detective vuelve
a poner sobre el tapete el discurso cínico / filosófico, podemos
entender en gran parte de dónde viene eso. Que no es una anomalía y que
no ha salido de la nada. Subyace, seguramente en ese comentario de
Don Draper, en un momento no tan lejano cuando se tomó el
atrevimiento de adelantarse a su tiempo y volverse "francés".
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