lunes, 9 de febrero de 2009

La dictadura de la fotogenia

No me imaginé que lo que me fuera a mover a un nuevo post sería la película Camino. Como crónica insignificante de por qué la vi cuento: a) El cartel es fuerte y la línea "¿Quieres que rece para que te mueras tú también?", lo es bastante más; b) La sorpresiva, al menos para mí, votación de los Goya.
No digo que me importe un comino lo que se vota y lo que gana, porque si gana lo que me gusta me siento -de alguna forma- compensado y si gana lo que no me gusta me invade una sensación de desconcierto. Los premios, de una manera u otra, son un canto de sirena, y creo que aquí se cumple por completo.
Las dos anteriores películas de Fesser (El milagro de P.Tinto y La gran aventura de Mortadelo y Filemón) están poseídas por el color excesivo, por los planos de la publicidad y los clips; planos deformes, muchos, pero muy modelados estéticamente. A ninguna de las dos películas se les podía recriminar nada por esas elecciones, ya que lo que pretendían mostrar lucía mejor y vendía más. Está claro y más que claro que lo que se ve más bonito, entra mejor por los ojos.
En Camino optó, aparentemente, por el drama, y si bien no se decantó por esta opción, no fue porque no fuera su credo sino porque la historia no le daba el pie para hacerlo. No obstante definió un submundo onírico en el que se pudo despachar a gusto con los colores. No sé con qué inspiración o ánimo creativo arremetió con este espíritu de Huevo Kinder sobre un mundo sin lugar a dudas cruel y le lavó la cara. No digo al Opus Dei, que seguramente tendrán sus razones para quejarse sobre la imagen que queda de ellos, sino a una concepción sobre lo narrado.
Lavado es diluido. Hayan o no aplaudido los que vieron morir a la niña en la que se inspira la historia, nada se puede ver allí como un documento veraz. Al elevar lo que se cuenta y cómo se lo cuenta a un punto de fábula se anula esta posibilidad por completo. Como al poner en un plano simultáneo la muerte de la niña y la representación de la Cenicienta en un centro cultural de Madrid que ella hubiera deseado hacer para estar cerca del chico que le gustaba. O al ver la escena del baile sobre un fondo blanco sobre el que salen flores dibujadas y se reencuentra con un padre recientemente muerto, usando el vestido que su madre no le compró. Así se lava el impulso de una historia convirtiéndolo en un espectáculo que te hará llorar, pero porque el juego es llorar y emocionarse y ver lo bonito que pudo haber sido todo si los monstruos no hubieran aparecido. Los monstruos son el Opus Dei y juro que no me hacía falta que me lo contaran para que yo lo supiera. Todo eso es una verdadera película de terror. El cómo para refrendar una creencia hace falta sacrificar a una persona.
Fesser dijo, o dicen que dijo, que cuando leyó la historia de la chica en la que se inspira el film dijo que allí había una película y yo me pregunto ahora por qué no la hizo. Porque esto no es una película. Para los que se encantaron con Amélie y ahora dicen que Camino tiene algo de Amélie, yo creo que tiene todo lo patético e impostado de Amélie y que si la pericia de su director la hizo salir adelante y engañar y mucho, lo que hizo Fesser es un mamarracho. Que no es una historia real, que no es una fábula hecha y derecha, que miente pero no como le corresponde mentir a la ficción, sino porque engaña y manipula.
Hablan de los actores: Carmen Elías es muy buena actriz y aquí está muy bien, pero yo no estoy convencido de que aunque lo haya hecho bien, sea interesante; el padre, Mariano Venancio, está puesto en el lugar del punto de vista y hasta ahí su rol se justifica; ambos, creo, están con el automático puesto y hacen las cosas con corrección.
Y si la fotogenia es una enfermedad terminal, no puede matar sólo un par de cosas de las película. Las mata irremisiblemente a todas y la actuación va con ellas. Manuela Vellés, la hermana, es insoportable. Todo el tiempo exagerada, declamante y con sus ojazos verdes fuera de órbita todo el tiempo, ¿había alguien que le pudiera decir que se relajara un poco? Todos los demás, también declamaban. De ahí a una película de Garci hacía falta dar un paso. Y la niña Nerea Camacho... Es guapa, tiene ojos verdes, es fresca, encantadora, es inocente, es buena. Está más cerca de Alicia en el país de las Maravillas que de cualquier realidad posible. Y cuando se le da el Goya a actriz revelación lo único que se está diciendo es que es una sorpresa que hayan encontrado a esta niña. Pero, ¿después qué?
No sé si alguna vez voy a entender lo que pasa con estas maquinarias aberrantes que algunos quieren presentar como películas, que no tienen entidad, que cuentan una historia pero para poder contarla la disfrazan de otra cosa que no sea tan cruda ni se pueda reprochar tanto, que si pide oscuridad, le podamos encontrar una zona de luz y color, y que los personajes no tengan que ser desesperadamente normales sino que sean guapos o atractivos.
Antes de que la niña caiga fuertemente enferma una de sus amiguitas del colegio dice que ella nunca podría ser Cenicienta en el teatro porque no es bonita ni tiene tetas como otra de sus compañeras. Y Camino le dice: "Tú no eres fea". Lo cual es un gran consuelo, seguro, para la niña porque también tiene claro que no es guapa, y si no se hubiera enfermado Camino tendría que haber sido Cenicienta por lo linda que era. Pero sí es la Cenicienta de esta historia que no tiene personalidad, que disfraza el punto de vista para que nada parezca tan radical. Como el padre, que se traga todo quién sabe por qué.
Es triste que se aprenda de lo malo del cine americano. Cine de premios liderado por deformes, historias de nazis, enfermos y freaks. Quien los borda se puede llevar el oro. Y como tantas cosas es un aprendizaje malo y tardío. Con treinta años de retraso o más.
Pero bueno, la vida es así y cada día pienso que me tengo que sorprender menos de las cosas. Hasta quizás algún día alguien diga que Fesser es un verdadero autor y en los DVDs le saquen una trilogía -que ahora ya la tiene- y le agreguen en los extras su obra maestra: El secdleto de la tlompeta. Yo, por si alguien lo piensa, aviso: preferiría que no me la regalen.

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