jueves, 5 de marzo de 2009

Géneros



"Alle großen weltgeschichtlichen Vorgänge ereignen sich zweimal: Das eine Mal als Tragödie, das andere Mal als Farce"

G. W. Hegel
(1770-1831)






Encontré la frase original. Si los propios alemanes no la adulteraron, es tal y como la concibió Hegel: "Todos los grandes procedimientos históricos ocurren dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda vez como farsa". Y así como la cita se ha colado en todo momento conveniente, yo quiero rescatarla con otro fin. No predictivo, por supuesto, porque creo que lo único que entrevió Hegel fue la reproducción de un modelo en un momento y otro de la historia, en el que lo que cambia, notoriamente, es el género.
No me atrevo a señalar el momento en el que divergieron la historia, la crónica y la ficción para tomar cuerpo propio, pero creo que todas comparten de una u otra manera un aliento dramático. Que la ficción esté regida por las leyes del drama y que de Aristóteles hasta aquí se encuentren fuertemente conectadas ficción y drama, hace que parezca que la historia y el periodismo pertenecen a otro universo, ajeno, y que existen sólo para ser fuente de la ficción porque la viceversa es inaceptable, al menos desde un punto de vista estrictamente racional. Digo esto porque cuando en la vida cotidiana soltamos que la realidad supera la ficción o que a veces la realidad emula la ficción, hacemos una afirmación aventurada, ya que si nos toca chequear y comprobar esta idea desde lo científico, renunciaríamos a lo dicho.
Y no deberíamos renunciar tan fácilmente a algo que está en nosotros desde muy lejos.
La narración lo une todo. Hechos narrados en cierto orden que proponen un origen, un lapso, un crescendo, un clímax, un desenlace. Esos elementos compositivos concurren en la narración de lo distante, de lo inmediato y de lo inexistente. Y para construir ficción nos valemos del recurso de narrar lo distante y lo inmediato, para que a nuestras historias no las veamos como parte de lo inexistente total. Y tendríamos aún más noción de esto al enfrentarnos con las falsificaciones de la historia o de las crónicas de nuestro presente, donde el elemento realidad -como sinónimo de verdad- desaparece. Y si la verdad ya no está en los hechos que se narra, porque se altera su orden, su naturaleza, o se los elimina, bajo un proceso de bien cuidada e intencionada edición, ¿qué nos queda?
Ficción y falsificación aluden a estados morales diferentes. Y obviamente también a distintos puntos de vista. Como trabajo de reconstrucción, la historia o el presente, involucran millones de juicios, no todos conscientes, pero que de una forma u otra se manifiestan. Es cierto que Colón llegó a las costas de un continente que se llamaría América un 12 de octubre de 1492, pero la narración de esos hechos diferirá en muchos puntos y coincidirá en otros, quizás nunca en los mismos. Si es cierto que Jesucristo existió, no es cierto en todo caso que hubiera nacido un 25 de diciembre, pero parece ser que de acuerdo a nuestro comportamiento colectivo, esto fuera de alguna manera más verdadero que la llegada de Colón a América. No digo que sean hechos que compitan, pero las zonas grises de las narraciones sobre las que navegan (y a veces naufragan) nuestras vidas son enormes, y cielo y tierra no parecen separarse en el horizonte. Y al fin y al cabo, qué es el horizonte más que una construcción abstracta.
Vuelvo a Hegel. Hay ironía en la frase, porque él le aplica una categoría al elemento fáctico. Una categoría que califica un hecho como tragedia o farsa. Mismo mecanismo, similar puesta, cambio de género. La historia se transviste o se transviste la narración misma. Historia y ficción como tierra y cielo. Dos mundos en pugna como en la Ilíada y la Odisea, entre los hombres y los dioses, dos secuencias de acontecimientos y dos dramaturgias entrelazadas como cualquier película que se precie. El arte de la ficción, como cualquier arte, consiste en hacer invisible la técnica y que las costuras con las que se sostiene la obra desaparezcan; salvo en los momentos en que mostrar las costuras implique un goce estético sin igual y reemplace nuestra suspensión de incredulidad por algo igual de poderoso.
Hegel dice tragedia o farsa para la historia, es decir, para la narración de un hecho que puede existir en sí, pero que no cobra forma hasta que es contado por alguien y este alguien le aplica un género. El ordenamiento de esta historia, la construcción de la fábula, remite a un esqueleto. El género remite a la carne y al aliento, a la intensidad y a los tiempos. Pero creo que por encima de todo, al calificar la historia, al compararla, Hegel la ficcionaliza. La mete en el territorio narrativo y la somete a sus leyes. Dice de alguna manera que la historia existe a través de modelos narrativos en los que puede ser encapsulada y que estos son los medios en los que los acontecimientos se vuelven transmisibles. Si no fuera así, la historia no podría ser ni ordenada ni categorizada.
Un historiador se cortaría las venas frente a lo que yo digo ahora y yo les juro que lo entendería. Pero nada de eso quitaría que todos los mecanismos de investigación y corroboración que usa el historiador para contar su versión sobre el mundo, no estén gobernados por otros también un tanto invisibles. ¿Qué necesita el que aprende historia, el que digiere los hechos, para encontrar un verosímil en lo que se le narra? ¿Cuánto de suspensión de la incredulidad impone aceptar lo que se nos cuenta como verdadero? ¿Cuánto de artificio interviene en la narración para que alguien acepte y de alguna forma tome partido, o participe de algún punto de vista cuanto menos como simpatizante? Las guerras a lo largo de la historia también podrían ser contadas como la historia de los malos entendidos sobre los hechos, sobre las malas lecturas y las pésimas comprensiones. Y así mutan invariablemente entre tragedia y farsa.
Narrar es editar, siempre; jerarquizar, excluir. Pasa en la historia y en el periodismo. ¿Quién cometió un crimen, quién se subió los sueldos, quién invadió Tierra Santa, quién llegó primero, quién tiene derecho sobre este territorio, quién no? Medio Oriente y los Balcanes serían el testimonio presente más dramático que pueda existir sobre el tema. Y todas estas preguntas no hechas se responden de antemano, narrando. El que cuenta y pone las palabras suele ser el que pega el primer golpe. Luego hay que desmentir y para hacerlo se requieren esfuerzos más complejos. Pero está claro que suele ganar el que pega más fuerte, aunque haya pegado después.
Tragedia y farsa no están en la naturaleza de lo que se narra, sino en cómo está presentado y al mismo tiempo en cómo está percibido. Es un fenómeno de comunicación que supera todos los esquemas teóricos, pero que a la vez los incluye.
Quiero entender entonces, primero, que todos los métodos poéticos y retóricos están incluidos en todas las disciplinas y sobre todo en las humanísticas. Eso acerca lo que parece ajeno y lo une en un sitio que podría parecer exclusivo de la ficción: creer en lo imposible y creer en lo irreal. Y para eso lo imposible e irreal tienen que parecer reales y posibles.
También quiero entender que el género aplicado a un acontecimiento, verdadero o artificial, pero un mismo acontecimiento, se compone de reglas muy precisas que transmutan su carnadura y su percepción, pero que en su secuencia permanece, digamos, idéntica. Lo interesante es percibir el momento en el que lo que uno ve, cambia y poder ver por qué cambia.
Creo que me metí en un jardín fenomenal y no lo lamento. Entretanto publico lo que tengo y ya veré como salgo de aquí en un próximo post. Si es que salgo.

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