viernes, 17 de febrero de 2012

Algo sobre las series después de Lost

Antes de que las series se convirtieran en un artículo de moda, sus destinos seguían caminos más o menos regulares. Para sintetizar estos destinos, los americanos crearon una expresión que es jump the shark (saltar el tiburón). La expresión significaba que había un momento en la trama de una serie en el que se iba a un camino sin retorno y ya iría perdiendo interés, impulso, seguidores, hasta extinguirse. No era una ley, pero funcionaba a manera de tabú. Una serie de mandamientos básicos e inciertos, pero que a lo largo del tiempo demostraron ser estadísticamente probables. El número 1 se redactaría así: "Nunca consumarás una historia de amor con tu compañero de aventuras".
El juego elusivo de querer y no poder estiraba las expectativas de público y trama durante años. Uno de los ejemplos clásicos fue el de Moonlighting (Luz de luna), cuando Bruce Willis y Cybill Sepherd echaron por tierra con todas las tensiones amorosas y sexuales que habían desplegado durante varias temporadas para convertirse por fin en una pareja.
La ficción tiene serios problemas con la falta de tensión y conflicto. En las series estos problemas se multiplican notablemente porque lo más probable es que con el tiempo se llegue al agotamiento mental e imaginativo de un guionista, o al desentendimiento de un grupo de guionistas. Los argumentos se van volviendo más blandos o reiterativos y desembocan en historias cada vez más aburridas.
La televisión abierta en EEUU se incorporó tarde a los nuevos formatos de series y trató rápidamente de adaptar sus fórmulas (antiguas) al nuevo panorama. A diferencia de cadenas como HBO o FOX y más tarde Showtime y AMC, la TV abierta tiene deudas con un público mucho más masivo. A día de hoy estas diferencias no son numéricamente tan grandes. La diferencia mayor está en que mientras la TV abierta sigue siendo generalista, las otras cadenas se han vuelto muy específicas. En la TV abierta pesa aún un código histórico y de ética comunicacional acuñado en los cincuenta, y las otras cadenas arrancaron con fuerza en los ochenta y algunas en pleno siglo XXI. De alguna forma la TV abierta se puede remozar, pero arrastra el peso del pasado mucho más que sus competidoras y curiosamente, al incorporarse a la moda de las series lo que ha generado es un contraimpulso.
En las nuevas series el retorno al folletín era muy claro. Una historia continua que se imponía a la modalidad del episodio cerrado en sí mismo. El ejemplo máximo del folletín televisivo estuvo en manos de 24 (FOX) y en su forma más radical con Lost (ABC).
Lost absorbió la máxima energía de una serie de audiencia global inmediata, con la expectativa de un final que fue la decepción de todo el mundo, pero más que nada de sus propios fans. Ese fracaso narrativo (nunca fracaso de negocio), implica uno de los mayores impactos al género de lo que hoy podemos imaginar. Las tendencias se invierten. Ya no se confía en la fuerza de la continuidad sino en la del episodio cerrado.
Un grupo de series intentaron recoger lo más potente del fenómeno Lost y cayeron en el intento. The event intentó combinar el misterio de Lost y el drama político-conspirativo de 24, notoriamente. Y no pudo resistir el embate. Hubo otras escaramuzas menores donde la idea del misterio sobrenatural podría servir de guía y tampoco se consiguió nada.
Ahora el propio J.J. Abrams con Alcatraz busca redefinir los ejes de producción: un misterio importante pero no tan místico o no tan críptico; una trama a largo plazo pero ante todo como soporte de la historia, no como sustento de la narración; y finalmente episodios cerrados sobre sí mismos.
Abrams siguió un camino curioso desde Felicity hasta Alcatraz. Solapó un proyecto con otro y ha resultado un buen lector de los estados de producción en los que se vio envuelto. De la comedia juvenil romántica (Felicity) al drama juvenil de espionaje (Alias) en el que su personaje crece y madura en un marco de misterio místico que preanuncia a Lost. En medio de ese éxito lanza Fringe, que recupera el aliento fantástico y el mundo conspirativo pero que no consigue empatar a su antecesora. Falla con Undercovers, una versión de Mr and Mrs Smith negros y ahora parece que se reencauza con Alcatraz. Ya desde Fringe empieza a apostar por un mayor control de la trama de fondo y en Alcatraz define esta tendencia absolutamente.
Digamos que a partir de Lost el fantasma de saltar el tiburón volvió a asomar su nariz. La idea del fracaso asociada a un formato y esto ha impactado en casi todos. The walking dead está luchando contra ese fantasma mucho más fuerte de lo que se lucha contra los zombis. La traición de Lost es de una dimensión demasiado grande como para que no afecte a un público que no consume una sino varias series en simultáneo.
A diferencia de las películas que son experiencias limitadas y dificultosamente contiguas, las series son todo lo contrario: experiencias extendidas en el tiempo, sometidas a la contigüidad de sus vecinas. En un término que puede ir de uno a dos años y que es posible extender hasta cinco, se establece una lectura simultánea que puede incluir, como mínimo, de tres a cinco series significativas. En ese sentido se pueden elaborar con más facilidad mapas, vecindarios, áreas de influencia, jerarquías, historia.
Vanguardia y tradición son dos variables que pugnan en tensión constante. Quizás los términos en sí mismo no sinteticen todos los fenómenos asociados a los procesos de circulación de contenidos y se completen con otros menos "radicales" como los de novedad y permanencia.
Hay ciertos valores y formas que permanecen a la hora de producir contenidos. Que permanecen y priman sobre otros. La noción de arco narrativo suave compuesto de unidades narrativas fuertes es el presupuesto esencial de lo que siempre fue la producción de series. Episodios cerrados sobre arcos de temporadas laxos o inexistentes. Eso es lo tradicional y lo que permanece.
La vanguardia como fenómeno de ruptura en lo narrativo planteó que el episodio es un nexo, no una entidad. Que lo importante es la temporada, el transcurso. Sin la continuidad, el episodio no es nada. Hoy este impulso de vanguardia está seriamente cuestionado. No anulado ni desaparecido, pero la preeminencia del episodio por sobre la totalidad ha recuperado su aliento.
A las series les está resultando más difícil innovar y buscan refugio en las fórmulas ya probadas y asentadas. Las que siempre funcionaron. Lo novedoso hoy tiene un impulso más conservador, lo cual no implica que los resultados de ese impulso lo sean, pero por el momento los presupuestos a la hora de generar nuevas ideas y proyectos apuntan a una cierta previsibilidad. Es por esa razón que con el retorno de las fórmulas anteriores vuelvan también los tabúes y terrores asociados a esas fórmulas.
Hoy como ayer la idea de saltar el tiburón regresa con nueva fuerza y nos plantea la pregunta abierta sobre cuál será la nueva serie que marque el signo de estos tiempos. Todavía es muy difícil percibirlo.

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