lunes, 10 de septiembre de 2007

Macbeth - 24

Si en 24 la trama de acción está definida por la Iliada, la trama dramática es esencialmente shakespeariana. Se instala en los pasillos del poder y parece decir que el espacio es significativo y lo domina todo. La trama dramática está dominada por un núcleo familiar y/o romántico. Los referentes de fuerza podrían ser Macbeth, ante todo, y Otelo pero sobre todo por la presencia de un Yago. Todas las relaciones están definidas por formulaciones cambiantes de la conspiración y hasta un presidente de los EEUU tiene que conspirar para mantenerse en su sitio.
De todas maneras hay algo dentro de las familias que se convierte en perverso y cobra dimensión política. Los grupos familiares están rotos, corrompidos, sus secretos y alianzas se diparan exponencialmente y aunque los lazos y los afectos están presentes, estos son mirados detrás de un cristal deforme.
El drama à la Shakespeare cumple una función muy clara de dimensionar el mundo de la serie. Aunque muchas veces estas tramas sean más lentas permiten que la historia cobre otra profundidad. Ya de por sí la tiene en el ámbito de la acción, pero esto abre otras puertas y la hace muy diferente a todo y al mismo tiempo muy parecida a los parámetros de las series de siempre marcadas por las sagas familiares.
El drama también dialoga con la acción en cuanto a que manipula el terreno en que ésta tiene lugar. Los reveses de la fortuna determinan la suerte de Jack Bauer casi desde el primer día. A veces cuenta con apoyo, a veces está solo, otras es perseguido y casi siempre esto ocurre porque algo en los pasillos del poder se ha alterado. Alguien enferma, alguien muere, alguien es encerrado, alguien es engañado.
Los lazos familiares se revelan fuertes y débiles a un tiempo. Aprisionan a los protagonistas y al mismo tiempo los mantienen en un letargo constante. Cada situación y cada movimiento implica la necesidad de una rebelión: de un esposo contra su esposa, de un padre con su hijo, de dos hermanos. La relación familiar opera como un muro difícil de sortear. Y esto ocurre dentro y fuera del poder, pero siempre se manifiesta no como relaciones de personas comunes sino como relaciones míticas forjadas en una literatura de matrices. De Lady Macbeth, de Yago, de Hamlet, de Claudio. Familias nobles educadas en medio de conspiraciones y traiciones.
Ese material abunda en 24. Marca el contrapunto a la pura acción y convierte a la serie en algo más que un show. La transforma en un laboratorio que no reproduce fórmulas ensayadas, o al menos no las reproduce mecánicamente. En cualquier caso 24 reformula. Reconozco que todavía me queda por ver La Jungla 4.0 que según me han contado tiene mucho de 24. Con esto lo que sucede es que La Jungla retoma algo de un material propio y lo hace crecer sobre otro material que opera con la misma hipótesis de trabajo.
¿Qué es lo interesante de esto? Que estas líneas de ficción que se afianzan están hablando de dos cosas a un tiempo. Hablan de una lectura de la realidad y hablan de una regeneración de materiales puramente ficcionales. Largamente se ha hablado de que el western, como género, ha creado una red de personajes, historias y tramas que poco tienen que ver con el pasado real y mucho con la invención. Aquí pasa algo similar con el mundo contemporáneo.
Seguramente la historia de la familia Clinton, Bush o los Blair podrían tener escenas que extrapoladas bien podrían representar algún episodio de 24, algún escándalo nos podría resonar, pero la serie va más allá y presenta una cierta mirada de la metamorfosis que las familias "comunes" en el poder podrían experimentar. Como caja de resonancia del poder o de los conflictos políticos en que se ven envueltas. La visión es pesimista y por fortuna poco y nada tienen que ver con los rumores periodísticos y de los realities. Estas familias son trágicas. Acuñan grandes pérdidas. Están malditas. En realidad casi todos los participantes en estas historias sufren una maldición (o varias maldiciones) que los sumen en desgracias cada vez mayores y los hunden en pozos más profundos. Las leyes que gobiernan estas relaciones no están en la realidad. Están en la literatura, en el teatro y en menor medida en el cine. Son, por tanto, las que permiten más juego.

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