jueves, 15 de enero de 2009

Replicantes

Primer post del año. Retrasadísimo. Desde el sacudón de las vacaciones navideñas que me cuesta sentarme a escribir lo cual confirma todo lo que dije en un post anterior sobre la importancia de hacerse el tiempo para la escritura. Lo difícil de hacerlo y lo que va quedando en el tintero cibernético.
Tuve varios impulsos perdidos y aunque no me veo recuperándolos, me quedo al menos con la idea de que puedo nombrarlos. El primero fue luego de ver Quarantine, la remake americana de Rec, la película de terror estrella de 2008, porque todo el mundo la fue a ver y porque ya desde que se estrenó se estaba hablando de que los americanos habían comprado los derechos para versionarla. Como es costumbre, ya todo el mundo pensaba en la degradación que habría en el remake sobre el producto original. Yo cuando vi Rec no pensé en esto para nada. La idea y algo de la factura estaba bien. No se la pasa mal, pero aún cuando todo el propósito está dirigido a hacernos creer que lo que vemos es una crónica del camarógrafo, algo resuena a falso. En primer término, los actores.
Salvo Ferrán Terraza, el bombero calvo, y en segundo lugar, Manuela Velasco, el resto de los actores se dedicó a minar cualquier credibilidad posible de la propuesta. Cuando todo apuntaba a un "esto es verdad", ellos lo negaban todo el tiempo. Y no quiero simplemente afirmarlo, hay que verlo y te salta a la cara.
Al salir del cine pegajoso y plagado de adolescentes de Valdebernardo al que la fui a ver, me dije: "la remake va a estar mejor porque peor no se puede actuar". Y dicho y hecho. Vi Quarantine y las diferencias fueron enormemente favorables. No solo en actuación, también en la fotografía y en el guión. La mejoraron, y la limpiaron de unos momentos muertos insoportables como eran las entrevistas a los habitantes del edificio, así como de algunas gracias que seguramente buscaban algo y al final de cuentas no aportaban nada.
Quarantine es más sucia y más salvaje. Es sucia en la luz y en la propuesta. Muestra una verdadera pesadilla urbana en la que frente a una emergencia bacteriológica, o se mata o se muere y no hay más opciones. La protagonista Jennifer Carpenter (la hermana de Dexter en la serie) trabaja sobre lo no dicho y con esto contrasta de forma brutal con la obviedad constante de Manuela Velasco que tiene que nombrar y explicar todo lo que pasa, amén de saturar con el discurso insufrible de los medios de que la cámara tiene derecho a filmar. Una pavada absoluta en un momento crítico como ese en el que no sabés si vas a salir con vida del edificio, y porque lo más probable es que te mueras.
Frente a Quarantine, Rec es una obra de teatro. O un happening documentado. Eso se siente al volver a verla. Una luz trabajada y artificiosa que hace más bonito el producto, pero mucho menos interesante. Porque para una propuesta de imagen bonita con cámara digital está Cloverfield que aquí en España se llamó Monstruoso. La luz está genial pero la forma en que está filmada no te lleva a que te fijes en la iluminación. En Rec no podés evitar hacerlo.
Está claro que frente a esta argumentación que hago muy a vuelo de pájaro muchos diferirán, pero estoy seguro que habría muy pocos datos objetivos con los que pudieran sostener una discusión. Siento ser categórico en esto. Estoy seguro que elegirían por amor o por rabia, pero no con mucha razón porque los problemas de Rec hablan por sí solos. Como los de El orfanato también, o Los cronocrímenes y los de muchas películas que concitan más partidismo que entusiasmo. Esa es la diferencia. Ya lo tengo. Partidismo a la hora de elegir y nada de entusiasmo a la hora de juzgar. Algo más cercano a la irracionalidad futbolística en el peor sentido de la palabra, frente a la excitación real que está en ver algo que está bien. Muchos velos se cruzan en la razón de un hincha para no ver lo bueno en otro equipo que no sea el tuyo. Y yo acepto esa regla del juego, pero cierro los ojos ante ella en el fútbol solo y hasta cierto punto. En lo demás no hay cómo defenderlo.
Por otro lado siempre vengo pensando, desde estos tiempos chinos en que todo se duplica y se falsifica, que al final de cuentas una copia, con una mejor dedicación en la factura y hasta en los elementos mismos que la componen, pueden hacerla mejor que un original. Lo pienso en esas copias de Armani que se hacen tanto en China como en mil lugares y que te llevan a pensar, al final de cuentas, ¿qué tiene mejor calidad? O, ¿cómo se dirime la calidad y la entidad real en algo?
Philip K. Dick también pensó mucho en esto. En su libro El hombre en el castillo se plantea qué le da el valor a un objeto. En qué consiste ese valor que convierte a un elemento X en algo interesante para mucha gente. Estuve releyendo el libro hace unos días porque buscaba un par de páginas en los que yo registré esta reflexión y desde entonces, desde hace diecisiete años cuando lo leí por primera vez, se me prendió en la memoria. Tampoco descarto que mi propio recuerdo haya alterado lo que leí, pero estoy seguro de que tiene que estar porque no me siento capaz de haber elaborado yo un pensamiento semejante.
El Armani clónico del sastre chino creo yo que tiene grandes posibilidades de ser mejor que el real porque creo en esa inmanencia de lo que está bien hecho supera cualquier barrera aunque no podamos verla. Creo que Quarantine es invariablemente mejor que Rec, pero por cosas seguramente mucho más profundas que las que a mí se me ocurren y que deben residir en algo que está contenido filosóficamente en el planteo de Dick. La maquinaria de fabricar realidades es muy débil en España. No falla la idea, que es incuestionable, sino algo que está contenido en la factura; en el qué hacer y en el cómo hacer. No sé, hay un tránsito físico entre la idea, la pura imaginación y la realidad; y la fabricación de la realidad implica una red industrial muy compleja que da entidad. Lo que se encuentra por fuera es pura simulación y artificio.
No es una excepción. Me pasa con Borges. Su construcción argumental, de lenguaje, de trama, es impecable, pero al leerlo el mundo ficcional no termina de tener la contundencia de lo visible. Sé que me meto en un jardín espinoso. Creo que porque hay algo de la idea y de la parábola muy abstracta que está presente en él; creo que sus personajes carecen de psicología y no porque no tengan ninguna, sino porque están al servicio de una idea, de ideas trascendentes y lo que pasa les afecta poco. Pienso en Funes, el memorioso. Puedo ver toda la argumentación que me pone en el sitio de lo que ve o contempla Funes, de lo que se puede elaborar sobre eso, pero no sé lo que le pasa. No sé quién es o a quién se parece, o a qué.
No digo que la falta de realidad sea un atributo negativo, y muchos menos en Borges que construyó su mundo con una dedicación fabulosa. Digo que hay algo en la percepción de la realidad que afecta toda nuestra percepción tanto ética como estética. La educación en nuestro mundo visual ordena ciertas jerarquías y otorga factibilidad a creaciones que todo el tiempo dialogan con la realidad, que es como decir todo el universo que podemos percibir y aceptar como posible. Lo demás lo eliminamos.
Hay toda una corriente crítica y desperdigada que proviene de diversos orígenes e ideologías que cuestiona lo inflexible de nuestro mundo aristotelizado. Se refugia en prácticas autodenominadas alternativas.
Creo que todo pasa por el consenso. El consenso construye la realidad y la realidad, por su fuerza, construye el consenso. Es un camino de doble vía, pero la maquinaria que puede fabricar el consenso, fabrica al mismo tiempo realidad. Hay algo de sus procedimientos que tienen algo de inasible y secreto; misterioso para los demás y para el propio manipulador, pero que hacen de ciertas creaciones un material pasible de ser traducido a formas reales, reconocibles, aceptables y por ende consensuadas.
Sé que hay algo tremendamente político en esto y que no intoxica el mundo creativo por tener esta condición, pero sé también que hay algo en la máquina de copias que invita a pensar sobre el estatus de las obras, qué son, por qué se hacen y para qué sirven, si es que tienen que servir para algo.

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