jueves, 16 de septiembre de 2010

Recuerdos de provincia

Voy mediando Blanco nocturno, la novela que acaba de salir de Ricardo Piglia luego de trece años de silencio después de Plata quemada. Podría esperar a terminar de leerla para escribir un post, pero creo que ya tengo algo con que empezar.
A mí siempre me gustó Piglia. Cuando en 1990 leí Respiración artificial me encontré con una literatura desafiante en extremo, con una segunda parte mucho más desafiante que la primera, pero que se animaba a teorizar sobre la literatura argentina y sus vasos comunicantes con la literatura mundial. Quizás por vez primera fuera de un ensayo "puro" o sencillamente por primera vez se comenzaba a armar y a dotar de sentido un canon de nuestra literatura. Que eso fuera a la vez parte y motivo de una novela es lo que la volvía mucho más interesante.
Piglia ha desarrollado hipótesis tan fuertes sobre la tradición literaria argentina que hace imposible cualquier aproximación al tema sin nombrarle a él o tenerle en cuenta.
Este no es un artículo de divulgación sobre Piglia pero es altamente recomendable la lectura de su obra porque se pueden apreciar muchos aspectos de cualquier literatura que antes podía pasarnos por alto. Con su colaboración creo que es más difícil no mirar hacia los sitios adecuados.
En sus novelas y cuentos, Piglia ha puesto en práctica muchas de sus teorías, que es como decir que además de diseñar ciertos modelos hipotéticos para leer él ha tratado de demostrar que también intervienen a la hora de escribir.
Creo que en Blanco nocturno él vuelve a repasar las deudas existentes con el canon. Por ejemplo en un cónclave de comisarios investigadores de la literatura aparecen el de su novela y el de otros autores: el Laurenzi de Rodolfo Walsh y el Treviranus de Jorge Luis Borges. Con esto él ya declara que la tensión principal de todo aquello que puede ser llamado literatura policial o novela negra en Argentina está determinado por estos dos escritores. Y otro ejemplo es el paisaje: una provincia de Buenos Aires rural sobre la que escribieron también Walsh y Manuel Puig.
Puig dedicó dos de sus novelas: La traición de Rita Hayworth y Boquitas pintadas a recrear una trasmutada General Villegas, su propio Macondo. Y hay algo de ruta obligada en ese tránsito, como si para mudarse a la gran ciudad hubiera que recorrer el camino que sale de casa. Un camino tal vez inverso al de Walsh que fue volviendo de la ciudad al campo. Que tuvo prendido el aliento de una novela rural que nunca escribió y que alguna vez soñó, y que está bosquejada en pasajes de su cuento Fotos.
Los personajes también son partes de esta búsqueda de contacto con la tradición: Las hermanas Sofía y Ada Belladona, pelirrojas exuberantes, una expresión pampeana de una Maureen O'Hara, irlandesa transplantada, extractada desde The quiet man de John Ford. Estas hermanas son objetos teóricos. Si el padre de las pelirrojas estuvo casado un tiempo con una auténtica pelirroja irlandesa que se cansó de él y de las tierras llanas para volverse a Dublín, Sofía y Ada no son sus hijas, sino de la segunda esposa. Y Piglia plantea que parece que la transmisión genética se hubiera dado entre esta "madre irlandesa" hacia las hijas de otra mujer. Expresión de una idea que implica que la tradición no se continúa necesariamente por línea de sangre sino por azar o por voluntad. Por azar porque las líneas que tiende la tradición están en el aire y sólo necesitan de alguien que haga de puente para que ésta continúe. Y por voluntad porque la seducción que puede emitir una tradición particular, es suficiente para que alguien la recoja y se haga cargo de ella. Puede pasar en literatura, en política, en moda, en cualquier aspecto de la cultura susceptible de ser afectado por las corrientes y los cambios.
Es cierto que durante un tiempo y en el campo argentino hubo una fuerte presencia irlandesa que luego fue opacada por otras migraciones europeas, pero este dato fáctico sólo otorga un asidero a la teoría pigliana y sólo encuentra fuerza en la voluntad de establecer contactos con James Joyce, como gran figura renovadora de la literatura del siglo XX. Piglia le ha dedicado mucha atención a la influencia joyceana y hay quizás también en este paisaje rural un contacto a su manera con el Finnegans wake. Una referencia que ya había trabajado en pasajes de La ciudad ausente.
El medio hermano de las mellizas Ada y Sofía Belladona, es Luca. Segundo hijo de la madre irlandesa, no nominada como loca, pero con todos los componentes para que en la cabeza del lector la loca aparezca, y él también un poco tocado. Él encarna otra tradición que es la arltiana. La del inventor sometido a la presión febril de conseguir un aparato o descubrimiento cualquiera que mueva un poco al mundo a la manera de una palanca arquimédica. Esa febrilidad lo vuelve también un tanto loco a él. Es uno de los siete locos de Arlt, que pueden ser al mismo tiempo inventores y conspiradores. En esa pasión por urdir lo novedoso, lo que vendrá o debería venir, la cordura se pierde. No médicamente, sino socialmente. Se deshabilitan y ya la sociedad no los puede absorber; quedan rengos, mancos, tuertos, tarados. El pensamiento dominante de cualquier tiempo los expulsa y busca exterminarlos por medios diversos que pueden ser sutiles o no.
El portorriqueño Tony Durán es otra de las criaturas que conecta con la tradición norteamericana pero por una vía aberrante. Piglia presenta a Durán como un falso yanqui lo cual es y no es verdad. A efectos de los papeles lo es, de cierta tradición latina en EEUU también lo es, pero no tiene una conexión directa con el modelo, con la élite dominante de la primera potencia del mundo. La voluntad de presentar un "falso yanqui" es también parte de las teorías piglianas sobre la falsificación en la literatura. Un instrumento que a todos los efectos aparentes se muestra como verdadero, pero no lo es para nada. O cómo también la literatura permite que se puedan falsificar registros y pasaportes para crear otros mundos posibles. Porque Tony Durán no es sólo portorriqueño. También es mulato y a primera vista, negro. No es un negro nieto de esclavos nacido en las colonias, o en lo que fue América hasta la guerra civil, sino un negro criollo importado en una etapa posterior cuando EEUU actuó como potencia colonial y no sólo expandiéndose en territorios vecinos.
La movilidad entre lo que es o puede ser falso o auténtico es un tema en Piglia que conecta con toda la literatura que se encuentra plagada de obras falsas que semejan a las verdaderas. Este tema se encuentra en Borges, Poe, Dick, Chesterton, Stevenson y la lista se extiende.
En Piglia y sobre todo en sus artículos críticos aborda el tema de la máquina polifacética. Esta máquina es un sistema complejo que no está al servicio de una sola idea o propósito, sino de muchos a la vez que se entrelazan y modifican constantemente. Las obras de Piglia se proponen como máquinas polifacéticas y Blanco nocturno no se diferencia en esta idea a obras anteriores.
Insisto en que estoy por la mitad del libro y al no haberlo terminado no puedo hacer un diagnóstico pleno, pero tengo algunas sensaciones. Creo que lo que describí antes no es una nueva aproximación a Piglia sino una reedición de sus búsquedas. Siempre tuve la sensación de que, por ejemplo, Picasso concentró todo su trabajo explosivo y de innovación en unos pocos cuadros y el resto fueron reproducciones de sí mismo. Desde el momento en que Picasso se convierte en un multiplicador de su propia producción se convierte en marca y esa marca es la que determina la mayor parte de su obra. La paloma de Picasso y la camiseta del Che como emblemas de una época en la que el hombre se convierte en figura y marca, y que llega como en el caso de Picasso a convertir en marca al nombre de su hija y a su hija misma, Paloma, que luego será un perfume.
A veces tengo la sensación de que un esquema puede agotarse. Puede buscar nuevas y diversas formas de expresar un cuerpo ideológico y de pensamiento, ante nuevos auditorios, pero se extenúa. Piglia me está ofreciendo un poco de lo que ya estaba presente en su obra, remezclado, remasterizado, un cover de sí mismo.
Quiero ver qué pasa en la segunda mitad de Blanco nocturno. Quiero ver qué pasa también con el enfrentamiento de su literatura ante el público español, que es donde se concentra el mundo editorial en lengua castellana y que define de alguna manera ciertas formas en las que se puede abordar la literatura.
Argentina hoy más que nunca está delimitada como una literatura provinciana, de alcance estrecho, lejos del aspirado cosmopolitismo al que siempre se trató alcanzar. Como si la idea del crisol cultural de la Argentina, al fundirse en identidades más o menos comunes se alimentara solo del recuerdo de los múltiples orígenes. Sólo quedan rastros de ellos. Tradiciones que se mantienen bajo respirador y voluntad. Que a manos del azar pueden renacer de tanto en tanto, pero que se convierten en otra cosa. En una identidad suplantada o inventada, muy lejos del centro o cada vez más lejos. Una provincia al fin que se evoca a sí misma una y otra vez como si en el pasado estuvieran de verdad las respuestas para este presente.
Aún hoy leemos con devoción lo que nos llega de lejos como si cierta distancia impusiera un valor a las cosas y ese espíritu provinciano en el que vivimos nos marca todo el tiempo. A veces dándonos cuenta y muchas otras veces, no.
Nos definimos por las lecturas que realizamos, desde el lugar en que las realizamos, que no es solo un sitio geográfico sino que es además un estado del pensamiento y una forma de mirar al mundo. Esas formas de leer impactan en nuestra escritura y definen nuestros temas. Piglia indaga en esa cadena genética de lecturas, busca definir un cierto ADN en mutación constante pero que siempre conserva una base. Un cierto estado mental en el que nos percibimos sobre todo como receptores y descifradores de otras señales. Y el lugar que ocupamos es por tanto extraño. Pienso de nuevo en un Rodolfo Walsh en los momentos más álgidos de la revolución cubana decodificando el mensaje cifrado de la CIA en el que anunciaba el plan de invadir Bahía Cochinos. Un argentino, intelectual lúcido que con la ayuda de un manual de criptografía desentraña una trama internacional. Un argentino extractado de su tronco geográfico, como el Che Guevara, y que se integra en otros conflictos y otras tradiciones. Participa como invitado pero no es protagonista, no define. Intérprete, actor secundario, observador. Provinciano. Y provinciano es el paisaje de Blanco nocturno. Quizás eso sea lo novedoso. El definir que siempre miramos la realidad desde un lugar distante, aspiramos a ser parte de algo más grande que pasa en otros lugares. Para el hombre de pueblo es lo que pasa en la capital. Como Bravo, el periodista de la novela, del periódico local, frente a Renzi, el periodista de Buenos Aires. Uno anhela lo que el otro desdeña. Centro y periferia. Y saber que el tránsito es siempre por una periferia, la periferia de la cultura y la periferia de la historia. No importa cuán lejos se llegue ni cuánto se pueda uno acercar al centro. La mirada argentina es de atalaya. Oteando en nuestros horizontes, en líneas débiles, que para otros son superficies en las que apoyar los pies.
Es la búsqueda infinita e incesante de una definición que se pueda volver satisfactoria, pero como la perspectiva de los horizontes que pueden marcar un límite siempre están en movimiento, lo satisfactorio nunca aparece. Se intuye y cuando empieza a delinearse hay un rincón que se vuelve borroso. Eso nos compone un poco a los argentinos, creo. Ahora sólo voy a ponerme a terminar el libro y ver si en la línea del ocaso algo inesperado aparece.

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