miércoles, 29 de septiembre de 2010

Paranoias

¿Soy una persona paranoica? Sí. ¿Moderadamente? Tal vez.
Me interesan las paranoias como punto de partida para contar una historia y gran parte de la ficción, si no toda, está alimentada por ellas.
Hace unos tres años, cuando vi por primera vez Birth of a Nation (El nacimiento de una nación) de D.W. Griffith me encontré con dos sorpresas: la primera era netamente ideológica y era que nunca había visto una película tan literalmente racista; la segunda era una escena que me pareció definir en imágenes lo que puede ser el inconsciente colectivo.
Quien haya visto cine puede imaginarse variables del término racista: algo racista, un poco racista, muy racista, pero no sé si hasta el punto en que la muestra Griffith. La historia que cuenta es sobre la Guerra Civil americana y sus consecuencias que desembocan en la fundación del Ku Klux Klan. El punto de vista elegido justifica que la acción de los protagonistas vaya por derroteros que prácticamente les obliga a tomar esta decisión de perseguir a los negros.
¿Y dónde reside la paranoia? Reside en que se nos ofrece un mundo en el cual luego de la derrota del Sur, todos los negros acceden a puestos de poder en la nueva administración y empiezan a perseguir a los blancos llevándolos a organizarse y actuar en defensa propia. Quien conozca un poco de historia sabe que esto es inconcebible en la realidad, pero en la ficción todo es posible. Lo concreto es que la paranoia cobra forma de historia filmada y se convierte en mito fundacional del cine americano, impecable desde el punto narrativo y de montaje, pero con una ideología muy marcada. Yo creo que las formas que toman las cosas, sobre todo en momentos de echar los cimientos de una industria y de arrancar una tradición, no son casuales. Por el contrario, empiezan a marcar el devenir porque es así como el diálogo comienza. Hoy que tenemos los rastros visibles en Internet de lo que es abrir un post y desatar una cadena de respuestas sabemos mucho más de ciertos criterios sobre un canon de lo que podemos imaginar. Pensemos en el que inicia una conversación y cómo las respuestas se enlazan, se abren, pero siempre se refieren al tronco. Digamos que funcionan genéticamente.
La forma aparente que toma la paranoia particular de un realizador en el albor de una industria, comienza a crear gramáticas y réplicas invisibles que de tanto en tanto vuelven a la luz.
Yo propongo ver primero un clip de Birth of a Nation, la escena del final. Son unos minutos, pero valen la pena:



La escena de la cabaña asediada por los negros, ¿les recuerda a algo? Si no les recuerda nada será porque algo se les interpone en la memoria o porque nunca vieron la película que sigue. Busqué el clip adecuado, pero no lo encontré. Pongo entonces como evidencia número 2 este trailer en el que se puede ver parte de lo que yo quería poner. La parte más importante:



No sé si George Romero hizo un proceso consciente cuando imaginó la situación de siete personas encerradas en una casa resistiendo el ataque de los muertos vivientes, pero representó la misma paranoia. En el cine, por encima de todas las cosas, son más contundentes las imágenes que los contenidos literales. La forma en que los negros asedian la cabaña en Birth of a Nation es la misma en la que los zombies se arrojan sobre la casa de Night of the living dead. ¿Cita cinéfila? Quizás. Lo cierto es que independientemente de que el signo ideológico varíe entre una película y otra, lo que implican las dos es algo muy similar.
Ambas son composiciones en forma de pesadilla del imaginario colectivo. Los negros, la clase popular y explotada como mano de obra esclava antes de la Guerra Civil se vuelven contra sus antiguos amos para quitarles lo que es suyo. Los muertos se levantan de sus tumbas hambrientos de vida y de esparcir su enfermedad a los humanos. Ambas metáforas plantean cierta forma de canibalismo. El ser devorados en función de otro orden.
En 1968 que es cuando se hizo la película de Romero, las aguas políticas estaban muy agitadas y si bien no hay ninguna referencia concreta a esos tiempos, la noción de amenaza está presente. Y todas las amenazas, metaforizadas o no, plantean la posibilidad de que algo malo puede ocurrir.
Cada metáfora del fantástico podría encarnar en un terror cotidiano y como todos los terrores son por definición irracionales, las formas que pueden cobrar son siempre inquietantes. Así también cada metáfora es un monstruo. El hombre lobo es aquel que bajo la piel cotidiana del buen hombre cordero, durante las noches puede salir para arrancarnos las tripas. El vampiro es ese joven que quiere persistir en su condición hasta el fin de los tiempos y que en la propia sociedad americana ha sido desde un dandy hasta un yuppie. Y los aliens pueden estar dentro o fuera de casa: los propios inmigrantes cuyo objetivo es desplazar a los nativos o aquellos de otros países en los que los americanos desembarcan para poner orden, pero siempre son esos hipotéticos extraterrestres, imbuidos de otras naturalezas que tarde o temprano asaltarán el fuerte. Ese fuerte, esa cabaña, esa casa, están siempre rodeadas. Esa paranoia de que otros se hagan con lo que es por derecho de uno, subsiste, cambia, troca, pero se mantiene intacta. Esa paranoia ordena el tronco primordial de las ficciones americanas con monstruos o sin ellos.
Quién sabe cómo se vería en 1915 Birth of a Nation. Si tomáramos como indicio que el arte cinematográfico tenía apenas veinte años, lo que media entre, por decir algo, Danza con lobos y nosotros (algo que pudo perfectamente haber sido ayer). Y si pensamos que en 1895, cuando Lumière presentó su filmación del paso del tren, el público salió aterrorizado de la sala porque creían que los iba a aplastar, podemos imaginarnos que se vivían años de tremenda inocencia. Entonces en 1915 era bastante probable que muchos de los que vieron la película pensaran que podía ser casi documental o una historia real. La Guerra Civil había finalizado cincuenta años antes. Estaba muy cerca de su memoria. Esas imágenes tempranas tienen que haber calado muy profundo en todos. No digo que esto sea una maquinación de Griffith, pero él ocupó hasta cierto punto ese lugar de Homero de una nueva tecnología y un nuevo relato. Tal y como Eisenstein lo fue para la URSS.
A día de hoy el poder de las imágenes sigue teniendo una capacidad hipnótico muy grande, y aún cuando somos cada vez menos inocentes frente a la pantalla, no podemos evitar que en un lugar muy profundo nos vayan quedando marcas y que esas marcas puedan volver sobre nosotros una y otra vez. El trasfondo es siempre una paranoia y la forma en que se imprime varía. Puede simular una realidad, un drama cotidiano o convertirse en fantástica y terrorífica amenaza, pero está siempre ahí. En un cajón compartido y multiplicado.
Hay muchas paranoias más, seguro, pero yo me conformo con compartir hoy estas dos que pueden volverse a un mismo tiempo huellas profundas e imborrables.

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