viernes, 9 de septiembre de 2011

Las pieles de los otros

Uno de los esfuerzos más vanos, si hablamos de cultura, o más particularmente de cine, es tratar de obtener algún grado de verdad sobre lo que uno ve. Sobre todo porque el gusto, la etapa más intuitiva de cualquier apreciación crítica, puede arrasar con la mejor argumentación.
Yo creo que todos los artefactos culturales son representativos del tiempo y el lugar en que se hacen, y después entra a tallar el consenso. Hay artefactos que tienen más seguidores que otros. El por qué, es más difícil de delimitar. Al igual que los porqués de un rechazo.
De los autores que dejan su huella en el cine, Almodóvar es uno de los más curiosos. A nivel mundial se le admira, públicamente, por su estilo y la marca de ese estilo es el exceso. No hay película de Almodóvar, ni siquiera la más aséptica, que no esté poseída por el exceso y el recurso de lo inverosímil. Desde que empezó a rodar, filmando películas cercanas al espíritu de un John Waters, hasta el presente, Almodóvar ha cambiado mucho en lo estético y se ha vuelto más contenido, pero jamás abandonó el exceso.
Para narrar La piel que habito eligió el estilo de un melodrama radical absoluto. No es sólo la marca de la venganza, tan cara a las telenovelas, sino la génesis del crimen que arranca desde una sirvienta que tiene dos hijos con padres distintos y cómo ese "pecado original" trastoca la vida de todos.
En el melodrama el crimen y la culpa se transmiten por sangre, generación tras generación. Si la prehistoria de estos personajes está en lo que pudo haber sido el argumento de algún culebrón de 200 capítulos, la "historia" cuenta las consecuencias de lo que pasó. Y todo se vuelve a la vez más excesivo y más enrevesado.
Cuando Mikhail Bajtin explicaba la influencia de lo carnavalesco en el Renacimiento (arrancando de la Edad Media), donde la ceremonia era una representación grotesca del calvario de Cristo, hablaba de la diferencia de géneros. De la misma manera impacta el melodrama en relación con el drama y la tragedia que viene de los griegos. El melo propone una relectura de esas relaciones y las narra como mofa sin que esa mofa se traslade necesariamente ni al tono ni al estilo. Hay por supuesto melodramas en los que la mofa y lo disparatado están en un primer plano; pero en su integración social y siendo afectados por la censura social que los saca del terreno estrictamente popular para llevarlo al terreno colectivo, estos efectos se atenúan. Digamos que el efecto del melodrama cuanto más difusión pública alcanza, tiene menos burla y menos juicio sobre sus personajes.
Recalco el tema de la difusión que define el acceso a la obra, porque aún cuando el melodrama podía ser más popular y radical no alcanzaba una difusión tan masiva como la que consiguió a partir de -cuanto menos- el siglo XX. La difusión masiva imprime un tono distinto en lo popular, que tiene mucho que ver con los medios de control social sobre la obra. Esta relación por demás compleja es muy importante para entender que el estilo de este género no está definido sólo por sus propias reglas internas sino en gran parte por su relación con el público.
Almodóvar era técnicamente un salvaje en sus primeras obras hasta llegar a Matador que le imprimió un vuelco grande a sus películas. Luego vino Mujeres al borde... y ya dejó de ser el autor de culto para convertirse en autor. Dejó de ser el protagonista de una ceremonia secreta, para formar parte del mundo público y ser mirado de igual a igual no sólo en casa sino sobre todo fuera de casa, con venia de Hollywood incluida.
Desde Mujeres... hasta el presente hay un trabajo en el cine de Almodóvar para participar de los diversos niveles que le impone su propia obra: la aceptación internacional, de crítica, público y festivales; la influencia nacional, sobre una industria del cine para la que siempre actúa como un exiliado en propia tierra que como Napoleón es confinado a Elba, se escapa, restaura su prestigio y vuelve a ser expulsado; y una intención deliberada por ser respetado también por un alto nivel estético. Esta paradoja de ser el más admirado (y mirado), a un tiempo que temido porque su cine no se rige por los mismos parámetros que la mayoría de la industria, le define ante todas las cosas. El cine español tiene una deriva propia que no se puede asimilar a la deriva de Almodóvar. Hubo un tiempo en que la industria intentó capitalizar ciertos efectos de estilo, argumento y tono que marcaba Almodóvar. Muchos de los directores españoles fueron Salieris que copiaron como mejor pudieron su obra hasta que el diálogo autor(es)/mercado(s) se agotó y hubo que buscar otros rumbos. Pero Almodóvar no tenía que readecuarse a esos vaivenes que afectaban a los demás. Él podía seguir investigando en su propia línea sin tener que mirar a otros; sólo a sí mismo.
Hay otra paradoja con Almodóvar. Como autor es a un tiempo representativo de su tierra (al menos así se lo lee internacionalmente) y en otro aspecto, es atípico. Cada vez que Almodóvar va a sacar una nueva película el sistema de difusión y promoción se rinde ante él porque sabe que es un artículo de mercado genuino, sin tachas, que se puede vender en todos los puertos (aún el propio) sin que la crítica lo impacte. En ese sentido, Almodóvar está más allá de la crítica. Con Woody Allen pasa algo similar. Sus películas son esperadas, se quiere saber qué tiene de nuevo para contar. Esa relación entre Almodóvar y el público en España es tan privilegiada, que es imposible distanciarse de su influencia. Nadie piensa que aún si mete la pata en grande, como muchos han dicho con Los abrazos rotos, le vaya a afectar en lo más mínimo.
Dicho todo esto, el tema con La piel que habito ha tenido una doble lectura: una que desprecia a la película de plano, como si fuera una confirmación de un curso abierto con Los abrazos rotos, o quizás arrancado desde La mala educación; y otra que le encanta.
El exceso de Almodóvar es a día de hoy más ideológico que formal, pero no deja de ser un exceso y "su" exceso en particular. Sus devociones por el melodrama, por Hitchcock, por el universo trans, por lo mestizo, están presentes. Ese futuro alternativo del 2012 al que recurre no anuncia un mundo que cambiará en un año, sino un mundo paralelo que empezó a transformarse mucho antes, que pertenece en un todo a la ficción y que rechaza cualquier diálogo con el presente.
Este punto es uno de los puntos más crudos del choque entre Almodóvar y el resto de los creadores. Todos en mayor o menor medida se han ido haciendo eco de debates y modas sociales y han tratado de decir dos cosas: que el diálogo cercano con la "realidad" es importante, y que el cine debería de tener una actitud de mayor compromiso temático y argumental con esa realidad. Un cine social en un sentido vago, muy afectado por los discursos públicos, donde temas como el maltrato de género, la inmigración o la memoria necesitan ser nombrados y legitimados.
Almodóvar no trabaja buscando estos compromisos. No renuncia a que sus películas sean sensitivas frente al mundo que las rodea, pero no busca la traducción intencionada de estos tópicos. Marco esto porque una gran parte del rechazo crítico a su obra está basada en discutirle a Almodóvar esa apuesta negadora de lo real, fuera de la historia pública y de los temas de discusión recomendada.
Frente a las opciones de desprecio aparece una reacción de otro sector del público y crítica que habla de un antes y un después de La piel... No hay nada extraordinario en esta última película que haga que sea temáticamente extraña a Kika, a la propuesta de adaptación de obra como en Carne trémula, o al concepto del secuestrador (con el mismo Banderas, sólo que mucho más maduro) como en Átame. Tampoco creo que la combinación de todos estos elementos hagan un Almodóvar nuevo. Creo que lo que sí está presente en La piel... y mucho en sus últimas películas es una intención más deliberada de Almodóvar de no ya remarcar que puede ser un autor, sino que también tiene una aportación estética para dejar como huella suya en el cine. En Los abrazos rotos hay varios momentos en los que esta intención estética se coloca en un primer plano tomando algo de distancia con la historia, y en La piel que habito se integra más con el fondo de lo que narra.
Lejos del horror de unos y las alabanzas de otros, esta última película tiene mucho de sus obras anteriores. Tiene puntos flacos pero no afectan el conjunto ni la intención de conjunto. Creo que funciona y funciona muy bien.
Siempre me parecerá interesante estudiar las paradojas de alguien como él que es a la vez una denominación de origen (consensuada y buscada), y una amenaza a cierta mirada de la ficción que quiere bucear en los temas públicos sus motivos para conseguir adeptos y a la vez vender entradas. Y no es que Almodóvar no haga nada por gustar, no quiera público, o que esto no le importe, pero tiene muy claro que su carisma está por encima de las modas, muy por encima, y que él es capaz de abrir el debate en la audiencia de la forma más genuina y aún así soportar los embates que le vengan en contra. Esto es, por supuesto, extracinematográfico, pero hace al espectáculo. La obra no es sólo el momento, hay también un antes y un después, y Almodóvar se ocupa muy bien de trabajar en las tres partes.

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