martes, 26 de octubre de 2010

Porno

El cine ha abordado la práctica sexual de muy diversas maneras, pero el porno gobierna el territorio. Todo lo que se puede enunciar en términos de genitalidad y ausencia de pudor está allí al punto que ha hecho de su forma narrativa un género. Esa estructura narrativa que define el género es enunciable: un encuentro, una fellatio o masturbación, múltiples penetraciones, ocasionales fellatios de circunstancia, extracción del pene y eyaculación fuera de la vagina. Esto es básicamente lo que se cuenta.
Luego hay un tono, que va más allá del criterio de lo explícito. Ese tono está marcado por lo exagerado y por ritmos más o menos constantes. Se despoja cualquier referencia emotiva tanto dentro como fuera de la pantalla. Digamos que lo que pasa es externo. El hombre casi no tiene rostro y la mujer tiene en términos de cuadro, un casi 75 por ciento de presencia.
Esto no es una crítica al porno, porque la vida de todos de una u otra manera tiene un diálogo más o menos frecuente con el porno. Es parte de cierto ritual periódico y desde allí hay que mirarlo. Yo sólo quiero empezar a encontrar algo mínimo en él para ver qué otros elementos lo integran.
Por arrancar con algo creo que, amén de lo anterior, el porno está definido por todo lo ex: explícito, exagerado, externo, excitante. Lo que define su carácter de superficie, opuesto a todo lo in: lo implícito, lo interno, lo íntimo. Despejar esos dos elementos me permite ver otras cosas. Sin ir más lejos cierta inutilidad del subgénero erótico en el cual se replican ciertos rituales del porno, pero se oculta información. Lo que en ciertos aspectos podría funcionar como movilidad dentro del género, sólo se transforma en una manera de censura opcional y de hipocresía práctica.
Hace nada, vi unas fotografías que un amigo realizó en un museo en Lima de unas cerámicas aborígenes. Esas cerámicas formaban parte de toda una sala denominada erótica en la que se veían imágenes de personas copulando, animales copulando y personas copulando con animales. Todas las culturas dedicaron una parte muy importante de sus representaciones a las relaciones sexuales. En los orígenes estaban relacionadas con rituales de fertilidad, pero en algún momento dejaron de estar atadas a esta función y ampliaron el criterio. Gracias a que la censura y el control a lo largo de la historia fue eliminando esas imágenes, sabemos muy poco de este encadenamiento, pero sí podemos saber (al menos hipotéticamente) que formaban parte de nuestra vida y que no son un capricho del presente.
Por eso más allá del entretenimiento y la provocación sexual en el buen sentido de la palabra que nos acerca el porno, hay algo de sagrado en su interior pero no solemne. Cuando Bajtin analiza la función de lo carnavalesco en la edad media y la recodificación que realizó Rabelais (y otros, pero sobre todo él) de estos rituales, nos acercó a una fuerza en la que la liberación de la carne es parte esencial de la vida y las costumbres humanas. Sobre todo la cristiandad buscó barrer esos rastros paganos reciclados, pero en cualquier cultura siempre existió una forma de control social en la cual la exposición del cuerpo fue reprimida.
Por eso sí pienso que el porno ocupa un espacio en esta explosión carnavalesca superespecífica y regulada en la cual sólo nos queda el rastro de nuestro lado animal más abierto, que no es poco, combinado con lo que es todo lo contrario de lo animal, que es la búsqueda del placer y la satisfacción de los deseos, pero queda vaciado de la parte emotiva que también integra el mundo de la sexualidad.
Está claro que el porno nos narra los episodios sexuales de los extraños y no de los íntimos, pero el sexo es también la construcción de una intimidad muy fuerte aún en los encuentros ocasionales. Esta intimidad que se genera puede cobrar mil formas distintas. Ser cómplice, ser reactiva, ser juguetona, ser indiferente. El rol de lo emotivo al estar ausente facilita narrar el juego, pero ausenta lo que es potente por fuera de lo físico. La potencia física y la destreza atlética aplicados a lo fílmico reemplazo cualquier lectura sensible. Está claro que nadie le pide otra cosa al porno y por eso los intentos de replantearlo y de argumentarlo fracasan tantas veces.
Yo creo que el tema de la traducción o integración del porno en otros esfuerzos audiovisuales, no pasa tanto (aunque igual pasa) por lo argumental como por lo emotivo.
Sé que es muy difícil ejemplificar esta idea, pero voy a tratar de poner dos ejemplos cinematográficos de cruce. En uno, nos podemos encontrar con Russ Meyer quien en los años sesenta y comienzos de los setenta propuso unas películas con argumentos caóticos, con ciertos elementos del porno más que nada en cierta fisicidad de sus chicas y de sus formas de entender el sexo de manera más irreverente. Quiero decir que del porno tomó la irreverencia y lo exagerado, uno de sus elementos más vivos, y gracias a ello, aún con argumentos flojos, logró crear unos mundos en los que los personajes que podrían ser artículos de episodios porno, circulan en situaciones más abiertas y más comprometidas para ellos. El juego no se cierne sobre el acto en cuestión sino que hay algo más que interviene allí. Russ Meyer también fue (como Roger Corman) uno de los pioneros de las explotation movies. Un género barato de producción, muy basado en el efecto y muy poco inhibido. Sergio Leone y todo el movimiento del spaghetti western también tuvo estos componentes.
El cine reconvirtió mucho de ese material en su producción posterior a los setenta (y durante los mismos setenta), pero le fue quitando la irreverencia. Mejores directores y mejores guionistas fueron ocupando ese espacio y la alegría, digamos, quedó atrás.
El terror y el fantástico fueron los que empezaron a recoger el compromiso con la carne. Carpenter, el primer Wes Craven y sobre todo Cronenberg, dieron paso a un nuevo diálogo entre el cuerpo humano y las historias dramáticas. Los gemidos eran respiraciones agitadas que preanunciaban la muerte. Si el porno se ocupó del eros, el terror lo hizo del tanatos, pero en el género de horror esta línea se había vuelto más delgada que nunca. Cronenberg en películas como Videodrome o Scanners, nos ponía frente al exceso. Algo que con los años fue limpiando. Más en Dead ringers o en M Butterfly o en Existenz, pero que también en Eastern promises se puede encontrar.
El diálogo con la carne, con lo físico es la materia básica en cualquier caso. Y lo considero porque la conversación que establecen los géneros está marcada por este choque y esta tensión. Con esto digo que el fantástico y el terror se ocuparon de forma más efectiva de lo que concierne a lo emotivo en estado dramático. Son el reverso, el lado oscuro, los horrores del porno, lo que el porno no mira ni le toca mirar.
Todo esto se me presentó de golpe cuando vi las figuras de cerámica y volvió a aparecer cuando vi la película griega Kynodontas, o Canino, como se la tradujo aquí. De todo lo que se ve allí, el elemento de la sexualidad es uno de los más importantes. Quiero en otro post abordar sólo este film, pero ahora me parece interesante ver cómo proponen mirar la práctica sexual despojada de los artificios que ha estabilizado el porno. Y Kynodontas no es porno, pero trae unas imágenes en las que copular es algo desmañado. Nada que ver con la idea de abulia que le otorgó algún crítico por ahí. Hay un trabajo sobre el neutro. Los personajes transitan el neutro y tienen una forma de tener relaciones que les acercan al punto cero. Paradójicamente esa cercanía con el cero hace que el acto se perciba con dureza. La mecánica desnuda de la sexualidad, sin afecto, que es territorio del porno, sin acrobacias, sin gestos estentóreos, vaciada de todo lo extremo, nos comunica algo mucho más poderoso que todo lo que se pueda ver en el porno. Donde todo lo faltante: las musculaturas, los penes grandes, el ritmo de vértigo, la voluptuosidad, el color chillón, provoca una comunión con el que mira. Son cuerpos normales, de esos que Eric Rohmer se proponía usar en sus historias para que los espectadores se despojaran de otras prioridades que podrían dar unas tetas grandes o una fisicidad de modelo. No quería distracciones. Hay algo cristiano y católico también en eso, pero no prima la idea de censura, sino la de quitar lo aparente de en medio.
Algo del movimiento Dogma está también presente en esta película griega, pero lo que toma está por encima de la impostura. Recalco lo del sexo por encima de otras virtudes y elementos que la componen porque establece un diálogo sincero con otras formas posibles en las que el cuerpo humano desnudo, animado por un deseo físico (que más tiene que ver con la inercia que con el deseo), nos acerca a otra mirada posible. Esta mirada se realiza por contraposición con el porno, pero de tal forma que si el porno no existiera, tendríamos que reinventarlo para poder entender en un sentido pleno lo que está pasando en el cuadro.

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