Luego hay un tono, que va más allá del criterio de lo explícito. Ese tono está marcado por lo exagerado y por ritmos más o menos constantes. Se despoja cualquier referencia emotiva tanto dentro como fuera de la pantalla. Digamos que lo que pasa es externo. El hombre casi no tiene rostro y la mujer tiene en términos de cuadro, un casi 75 por ciento de presencia.
Esto no es una crítica al porno, porque la vida de todos de una u otra manera tiene un diálogo más o menos frecuente con el porno. Es parte de cierto ritual periódico y desde allí hay que mirarlo. Yo sólo quiero empezar a encontrar algo mínimo en él para ver qué otros elementos lo integran.
Por arrancar con algo creo que, amén de lo anterior, el porno está definido por todo lo ex: explícito, exagerado, externo, excitante. Lo que define su carácter de superficie, opuesto a todo lo in: lo implícito, lo interno, lo íntimo. Despejar esos dos elementos me permite ver otras cosas. Sin ir más lejos cierta inutilidad del subgénero erótico en el cual se replican ciertos rituales del porno, pero se oculta información. Lo que en ciertos aspectos podría funcionar como movilidad dentro del género, sólo se transforma en una manera de censura opcional y de hipocresía práctica.

Por eso más allá del entretenimiento y la provocación sexual en el buen sentido de la palabra que nos acerca el porno, hay algo de sagrado en su interior pero no solemne. Cuando Bajtin analiza la función de lo carnavalesco en la edad media y la recodificación que realizó Rabelais (y otros, pero sobre todo él) de estos rituales, nos acercó a una fuerza en la que la liberación de la carne es parte esencial de la vida y las costumbres humanas. Sobre todo la cristiandad buscó barrer esos rastros paganos reciclados, pero en cualquier cultura siempre existió una forma de control social en la cual la exposición del cuerpo fue reprimida.
Por eso sí pienso que el porno ocupa un espacio en esta explosión carnavalesca superespecífica y regulada en la cual sólo nos queda el rastro de nuestro lado animal más abierto, que no es poco, combinado con lo que es todo lo contrario de lo animal, que es la búsqueda del placer y la satisfacción de los deseos, pero queda vaciado de la parte emotiva que también integra el mundo de la sexualidad.
Está claro que el porno nos narra los episodios sexuales de los extraños y no de los íntimos, pero el sexo es también la construcción de una intimidad muy fuerte aún en los encuentros ocasionales. Esta intimidad que se genera puede cobrar mil formas distintas. Ser cómplice, ser reactiva, ser juguetona, ser indiferente. El rol de lo emotivo al estar ausente facilita narrar el juego, pero ausenta lo que es potente por fuera de lo físico. La potencia física y la destreza atlética aplicados a lo fílmico reemplazo cualquier lectura sensible. Está claro que nadie le pide otra cosa al porno y por eso los intentos de replantearlo y de argumentarlo fracasan tantas veces.
Yo creo que el tema de la traducción o integración del porno en otros esfuerzos audiovisuales, no pasa tanto (aunque igual pasa) por lo argumental como por lo emotivo.

El cine reconvirtió mucho de ese material en su producción posterior a los setenta (y durante los mismos setenta), pero le fue quitando la irreverencia. Mejores directores y mejores guionistas fueron ocupando ese espacio y la alegría, digamos, quedó atrás.
El terror y el fantástico fueron los que empezaron a recoger el compromiso con la carne. Carpenter, el primer Wes Craven y sobre todo Cronenberg, dieron paso a un nuevo diálogo entre el cuerpo humano y las historias dramáticas. Los gemidos eran respiraciones agitadas que preanunciaban la muerte. Si el porno se ocupó del eros, el terror lo hizo del tanatos, pero en el género de horror esta línea se había vuelto más delgada que nunca. Cronenberg en películas como Videodrome o Scanners, nos ponía frente al exceso. Algo que con los años fue limpiando. Más en Dead ringers o en M Butterfly o en Existenz, pero que también en Eastern promises se puede encontrar.
El diálogo con la carne, con lo físico es la materia básica en cualquier caso. Y lo considero porque la conversación que establecen los géneros está marcada por este choque y esta tensión. Con esto digo que el fantástico y el terror se ocuparon de forma más efectiva de lo que concierne a lo emotivo en estado dramático. Son el reverso, el lado oscuro, los horrores del porno, lo que el porno no mira ni le toca mirar.

Algo del movimiento Dogma está también presente en esta película griega, pero lo que toma está por encima de la impostura. Recalco lo del sexo por encima de otras virtudes y elementos que la componen porque establece un diálogo sincero con otras formas posibles en las que el cuerpo humano desnudo, animado por un deseo físico (que más tiene que ver con la inercia que con el deseo), nos acerca a otra mirada posible. Esta mirada se realiza por contraposición con el porno, pero de tal forma que si el porno no existiera, tendríamos que reinventarlo para poder entender en un sentido pleno lo que está pasando en el cuadro.
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